Resulta que hoy, en las postrimerías del siglo XX y ya entrando de lleno el siglo XXI, los populismos de nuevo cuño entraron con fuerza de nuevo al escenario político, con la misma propuesta histórica: fingir que están de lado de los intereses y aspiraciones de los sectores populares.
LA APROPIACIÓN CULTURAL DE LA DERECHA
DE LOS SÍMBOLOS DE LA IZQUIERDA
Por Luciano Castro Barillas
El “populismo” nace del movimiento
campesino ruso del siglo XIX que aspiraba a la edificación del socialismo y era
contrario a la industrialización de la sociedad. Por esos años no habían
descubierto los revolucionarios “prácticos” de la lucha obrera y
campesina el descubrimiento teórico hecho por Lenin y resultado de la
experiencia revolucionaria rusa como lo era la falta de potencialidad
revolucionaria de los campesinos, aunque no todos. No podían ser ellos
la vanguardia de la lucha de clases, en tanto no fueran de la mano y dirigidos por
la clase obrera, clase verdaderamente revolucionaria por su
carácter proletario, pues no tenía otra riqueza que no fuera su fuerza
de trabajo, la cual vendía al capitalista, el propietario del medio
de producción, como una mercancía más.
Cuando se descubren esas leyes que avanzan al
calor de la lucha de los trabajadores del campo y la ciudad, había un asunto
ideológico de gran repercusión política, como lo era el sentido de la
propiedad privada. Es decir, que esa idea de posesión individual era
exactamente la misma para el terrateniente como para el minifundista. Ambos se
sentían y se sabían propietarios y por lo tanto defendían con el
mismo ardor su pequeña o gran propiedad. Eso hizo a los teóricos fundados en
los hechos reales y no en la especulación filosófica idealista subjetiva, caer
en la cuenta que los únicos campesinos con potencialidad revolucionaria era los
trabajadores del campo proletarios o sea los campesinos sin tierra. Con
los demás no se contaba en una temprana etapa de la lucha revolucionaria, pero
se hizo la salvedad siguiente y muy importante para el proceso de acumulación
de fuerzas en un proceso revolucionario: no excluir por su importancia
productiva a los pequeños y medianos propietarios, verdaderos bastiones de la
economía del campo.
Así las cosas, el populismo de los
socialdemócratas rusos entró en decadencia porque, al final, Kerensky, uno de
sus máximos dirigentes, terminó aliándose con los oligarcas zaristas
obstaculizando el triunfo de la Revolución Obrero-Campesina. Pero resulta que
hoy, en las postrimerías del siglo XX y ya entrando de lleno el siglo XXI, los
populismos de nuevo cuño entraron con fuerza de nuevo al escenario político,
con la misma propuesta histórica: fingir que están de lado de los intereses y
aspiraciones de los sectores populares. Al populismo lo sustituyó la palabra popular,
que cuando se dice, sin necesidad de entornos y se sabe un poco de marxismo, se
entiende automáticamente como un significante y un significado, como un signo
lingüístico, cuyos fonemas integrados nos dicen no otra cosa que: lucha de
clases, revolución proletaria, internacionalismo proletario, dirección
colectiva; marxismo-leninismo y Partido Único o sea Partido Comunista. Todos
estos símbolos lingüísticos han sido anatemizados por los “intelectuales” de
las derechas y de las izquierdas desorientados.
El populismo ha encontrado en todo el mundo
expresiones de proyección popular, de grandes reformas, pero sin llegar a las transformaciones
de la sociedad, que es cosa distinta. Los reformistas en todo caso son los
populistas, con nombres distintos pero con las mismas acciones. Y como habría
que confiar en el dictum marxista que el hombre es lo que hace, no lo que
dice, no podemos ingenuamente caer en otorgarles el beneficio de la
duda. Perón en Argentina es uno de los casos más destacados y siempre
glorificados por muchos argentinos descocados, pese a estar enterados que Juan
Domingo Perón era gran simpatizante de los nazis, siguen embelesados hasta con
Evita. En Guatemala hubo un pillo, Alfonso Portillo, que usurpaba todo un
lenguaje de izquierda, lamentablemente este mafioso pateaba con la derecha, con
la ultraderecha, pues fue el Delfìn del genocida Efraín Ríos Montt. O Lázaro
Cárdenas en México y su programa de nacionalizaciones y el ejidismo como
proyección agraria. Bien en alguna medida, pero sin la profundidad que se
necesitaba y esperaba las sociedades argentinas o mexicanas.
Hoy, con el nuevo alzamiento armado de Iván
Márquez, con la ingenuidad apabullada y maltratada por las mentiras de la
oligarquía colombiana, el camino es el mismo: o se gana una revolución o pasará
lo de siempre. Y lo de Iván Márquez no es para menos: 900 dirigentes sociales,
de base asesinados en dos años, y 150 guerrilleros desmovilizados. Un saldo
trágico y una situación que ya no se puede tolerar. Iván, compañero: Estamos
contigo. Y los revolucionarios a ser lo que debemos ser: a usar las palabras
que nos corresponden como marxistas-leninistas y sobre todo ser consecuentes
con lo que decimos creer.
Publicado por La Cuna del Sol
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