El Fin del Mundo ya
tiene fecha: será dentro de 11 años (y unos meses) si la humanidad incrédula no
sigue sus instrucciones.
LA “CRUZADA DE NIÑOS”
DE GRETA DIRIGIDA A LA
PRIVATIZACIÓN DE LA
NATURALEZA
Nazanín Armanian
La activista sueca Greta Thunberg, antes de su intervención la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York. EFE/Justin Lane
Cuentan que, en la Europa medieval, un chaval de 10 años llamado Nicholas
se presentó como enviado de Dios, reclutando a decenas de miles de niños con el
fin de conquistar Palestina, la Tierra Santa. Ninguno llegó, obviamente:
murieron de hambre, de enfermedades o fueron traficados por los adultos. Los
“yihadistas” también reclutan a los niños, no solo como su carne de cañón o
para limpiar campos de minas antes de que crucen los adultos, sino para
avergonzar a los hombres que se niegan a ir a matar a otros.
Hoy, en la era de la globalización, una tropa universal de menores,
dirigida por Greta, la adolescente de cara angelical, con su tono de predicador
y con la seguridad que da el estar respaldada por una fuerza sobrenatural que
deja mudos a los poderosos mandatarios adultos del mundo, nos transmite el
sagrado mensaje del IPCC, el alias de la nueva divinidad llamada Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. El Fin del Mundo ya
tiene fecha: será dentro de 11 años (y unos meses) si la humanidad incrédula no
sigue sus instrucciones.
En la misión de la nueva superheroína, cuya carrera meteórica la ha
convertido en la rival del mismísimo Trump para recibir el Nobel de la Paz
(premio que es una inversión en alguien para que juegue un papel en el futuro;
Donald ya es pasado), se destacan dos cuestiones: 1) el fenómeno de la
“Generación Z”, y 2) los intereses que ella o Jamie Margolin, su colega
estadounidense, representan.
La Generación Z
Ser joven, rico y guapo es una virtud en la sociedad capitalista. En la
mente de Greta, “los mayores”, que son parte del problema del calentamiento
global, no pueden ofrecer soluciones. Pero, ¿cómo unos niños que ni han
terminado la escuela y no son investigadores de nada se atreven a dar lecciones
al mundo adulto y menospreciar el conocimiento y la sabiduría (que sólo se
consigue a golpe de años) de millones de expertos en la lucha de clases, del
feminismo, de la sociología de la pobreza, o del complejo funcionamiento del
poder? Si ella hubiera oído algo sobre la primera científica que habló del
«efecto invernadero», la feminista y mayor Eunice Foote (1819-1888, EEUU), por
ejemplo, hubiera elaborado un discurso algo humilde, además de coherente y
lógico.
Los “niños digitales” o la “Generación Z” , nombre dado en EEUU a los
nacidos entre 1995 y la década de los 2000, y cuya característica es el uso de
la tecnología e internet, se han convertido en actores sociales por: a) ser el
40% de los consumidores en las potencias mundiales y el 10% en el resto del
mundo, estando en el centro de las políticas de mercado de las empresas; b) ser
una generación programada no para pensar sino para consumir y “seguir a”
alguien, y c) por la influencia que tienen en el gasto familiar, debido a su
conocimiento digital, que además les da un estatus de poder.
Ella se equivoca al afirmar que el cambio climático es el principal
problema de la humanidad: ¡se trata solo de una de las consecuencias de un
sistema económico-político llamado capitalismo que hoy y ahora ha convertido en
un infierno la vida de la mitad de los habitantes de la Tierra, que padece
pobreza, que muere en las guerras de rapiña, o en las minas de diamantes y
coltán! Mienten las encuestas en EEUU cuando indican que el cambio climático ya
es la principal preocupación de los ciudadanos: ¿que un país donde 45 millones
de personas viven en el umbral de la pobreza, sufre un profundo racismo contra
la población no blanca y una violencia social que es única entre los países
occidentales, donde medio millón de sus mujeres son víctimas de agresiones
sexuales y rapto, pierde el sueño por el deshielo del Ártico? ¿En serio?
Condenar el consumismo sin situarlo en el lugar y el tiempo es populismo:
un estadounidense medio gasta casi 2.000 veces más agua que un residente en
Senegal.
Thunberg reprocha a los políticos que la contaminación “le ha robado la
infancia”, no sabemos cómo, pero su movimiento elitista no habla de cientos de
millones de niños y niñas a quienes les roba la infancia el ser explotados en
los talleres oscuros y húmedos, recibiendo a cambio un solo plato de comida al
día; por ser víctimas de las guerras de rapiña y sus consecuencias más
brutales; ser traficados
por la megaindustria de pornografía en un capitalismo que lo convierte
todo incluido a los fetos y
niños en una mercancía.
Las “soluciones” de la pequeña Greta
“Ya tenemos todos los hechos y soluciones –afirma la joven– y
todo lo que tenemos que hacer es despertar y cambiar».
Los defensores de Greta pueden desmontar los argumentos de la derecha
negacionista, pero no son capaces de responder las preguntas del ecologismo
progresista.
Los niños como ella desconocen que el capitalismo depende del crecimiento,
y este se consigue reduciendo los gastos, explotando más y más a los seres
humanos y a la naturaleza y destruyendo a ambos, aumentando los beneficios.
Tampoco saben que la acumulación de capital es el núcleo del sistema que
pretenden reformar, y que las compañías privadas para crecer, e incluso para
existir, deben apartar y/o devorar a sus competidores gastando cada vez más los
recursos públicos. Un sistema que ha feminizado la pobreza o que fuerza a
millones de personas huir de sus tierras, porque unas compañías o estados quieren
robar sus recursos, genera graves desequilibrios ambientales. Es imposible
salvar la Tierra sin reducir la pobreza y luchar contra la desigualdad, sin el
empoderamiento de las mujeres, la protección de los derechos de los animales, o
sin impedir que el Sur Global se convierta en el basurero tecnológico de los
ricos caprichosos, esos jóvenes que cambian de móvil como de camisa, sin
preguntarse de dónde viene su batería, y a dónde va el aparato que aún no está
obsoleto.
Obviamente, ningún movimiento de esta envergadura llamado “Nuevo Poder” es
espontáneo, ni hay nada nuevo en esta otro peligroso movimiento de
masas.
¿A quiénes beneficia?
Al “imperialismo climático”: la «Cuarta revolución industrial» del
complejo industrial busca un New Deal Verde. Y lo busca a
través del Instituto de Gobernanza de los Recursos Naturales que pretende sacar
100.000 millones de dólares de las arcas públicas de todos los países del mundo
para salvar el capitalismo tiñéndolo de verde. Y tiene mucha prisa, de ahí la “emergencia”:
presiona para desregular el sector, conseguir la autorización para
explotar aún más los recursos naturales, y la financiarización- privatización
más grande de la naturaleza jamás realizada, y así poder atraer a los
inversores con fines especulativos. Y están apropiándose de más tierras
arboladas y el agua de todos los continentes produciendo biomasa para energía,
destrozando las selvas y la biodiversidad de aquellos espacios. Ganarían con el
endeudamiento de los países pobres, que se verán obligados a comprar la
biotecnología verde (coches eléctricos, turbinas eólicas, etc.).
A la industria nuclear: Greta desea “alinear Suecia con el Acuerdo de
París”, cuando este acuerdo otorga a la energía nuclear el papel de
“mitigar el cambio climático”, y así reducir el “CO2 a gran escala».
Al Instituto Global de Captura y Almacenamiento de
Carbono (IGCAC), que
impulsa biotecnología para lanzar «emisiones negativas», operación para la cual
consumirá una ingente cantidad de combustible fósil. Tiene preparado unos 3.800
proyectos que permitirán a la industria petrolífera, por ejemplo, seguir
esparciendo carbono por la atmósfera. La energía fósil es tan rentable para sus
empresarios que para obtenerla han matado a millones de personas, han
destrozado la vida animal, arrasando bosques, contaminando aguas. Según el
ambientalista Ernest McKibben «Un barril de petróleo, actualmente de unos 70
dólares, proporciona la energía equivalente a unas 23.000 horas de trabajo
humano«. La justicia climática es incompatible con un capitalismo que está
basado en el ánimo de lucro y a cualquier precio.
A las megafundaciones de apariencia filantrópica, corporaciones que controlaron los
negocios de energía, y políticos hipócritas. El Primer Ministro de Canadá,
Justin Trudeau, un entusiasta de la joven sueca, cuyo gobierno compró con el
dinero público el oleoducto Trans Mountain por 45.000 millones de dólares, los
gobiernos europeos que siguen vendiendo ilegalmente armas a los países en
guerra, Google que sigue invirtiendo en las compañías que niegan el cambio
climático, o la industria de los combustibles fósiles, que dedica sólo el 1% de
sus inversiones a energía baja en carbono, pero depositan 50.000 millones de
dólares en nuevos proyectos de exploración de petróleo y gas. El objetivo de
MacArthur Fundation (2010) es, por ejemplo, “acelerar la transición a la
economía circular”. Además de donar diez millones de dólares a Climate Nexus,
es la que dirigió, junto con otros lobbies del capitalismo verde (Avaaz,
350.org, Extinction Rebellion, etc.) la Marcha Popular del Clima del 21 de
septiembre de 2014. Otras empresas como Ikea, el promotor de “compra, tira y
vuelve a comprar«, que ha convertido sus tiendas en el lugar del paseo de
las familias, o Avaaz, la red dirigida a cambiar mente y corazones en todo el
mundo, o Johnson & Johnson -que ha tenido que pagar mil millones de dólares
a veintidós mujeres por el cáncer de ovarios que causaron sus productos, ganan
dinero y prestigio.
A la “Oenegeización” de la militancia política de
los jóvenes, neutralizando
los movimientos ecologistas auténticos, y sustituyendo la conciencia de clase
por un “asunto gris de masas” ajeno a la causa común de la humanidad.
Al complejo industrial-militar gracias a la omisión de este
movimiento que borra el factor guerra de
las Marchas Verdes, ni
menciona las cerca de 18.000 bombas nucleares que amenazan la vida en el
planeta, ni el hecho de que Donald Trump tras romper los dos históricos acuerdos nucleares con
Irán y Rusia no solo
ha sugerido al Pentágono aumentar hasta diez veces el arsenal nuclear, sino que
ha insinuado el uso de estas bombas
contra Irán y Afganistán.
Estas personas pretenden cambiarlo todo, para que
todo siga igual: Malala
Yousafzai, la muchacha paquistaní, recogió el Nobel de la Paz en 2014, después
de haber recibido varios disparos de los Taliban (grupo anticomunista armado
por la CIA) cuando tenía catorce años por defender la alfabetización de las
niñas en su país Pakistán. Hoy, su país sigue siendo uno de los peores del
mundo en esta materia.
¿Cómo se salva el planeta, de verdad?
Cuando Marx llamó la «Ruptura metabólica» a la desconexión entre la
humanidad y el resto de la naturaleza generada por la producción capitalista, y
la “ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social”,
estaba señalando que la destrucción de la naturaleza es inherente al
capitalismo.
Sólo un sistema de producción dirigida a satisfacer las necesidades
humanas, siempre en su vinculación con los derechos del resto de la naturaleza,
que no a las ganancias de unos cuantos, puede impedir el apocalipsis. Y esto se
consigue con la propiedad pública sobre la tierra, la industria, los grandes
bancos, corporaciones, y servicios y un control democrático sobre el poder, que
en vez de promocionar coches eléctricos particulares, por ejemplo, proporcione
el transporte público gratuito, el uso de la energía solar y eólica, entre
otras medidas.
La justicia climática es anticapitalista o no lo es.
Publicado por La Cuna del Sol
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