Ser de izquierda no necesariamente significa ser un
revolucionario autentico, este último es dueño de una convicción profunda de
que sus ideas se pueden concretizar en la práctica del quehacer cotidiano. No
escatima esfuerzos, vive y muere siendo revolucionario convencido de que el ser
humano está siempre en una constante búsqueda de nuevas formas de convivencia y
desarrollo tanto en lo individual como en lo colectivo sin perderse jamás en el
camino, en la búsqueda por la igualdad y la justicia. El revolucionario
autentico, no es el radical, de quien la teorista
Germano-Americana, Hanna Arendt; decía que se transforma en conservador
el día después de la revolución. En cuanto a la izquierda y a los que se dicen
ser izquierdistas o socialdemócratas, ha sido una característica de estos, la
ambivalencia y la falta de una solidez político-ideológica la que siempre les
ha caracterizado. Son los llamados izquierdistas revolucionarios de escritorio
quienes en los mejores momentos y haciendo gala de una pasmosa inconsecuencia
han optado por el arribismo y el oportunismo, aliándose o defendiendo la causa
del gran capital y de sus agresiones imperialistas. Una muestra de lo anterior
es el triste papel que la desprestigiada y corrompida izquierda internacional
ha jugado en el caso de la agresión imperialista en contra de Libia y de Siria
respectivamente. De la mano de figuras como el extravagante intelectual francés
Bernard Henry Levy (BHL) y del profesor universitario norteamericano Juan Cole,
la izquierda internacional de manera servil y traicionera se ha aliado,
convencidos según ellos de sus altos valores morales, con el intervencionismo
guerrerista de los Estados Unidos y la OTAN disfrazado con el diabólico nombre
de “intervención humanitaria.” ¿Que de humanitaria puede tener el
aventarles miles de bombas y misiles a poblaciones enteras destruyendo todo
tipo de propiedad y aniquilando miles de vidas inocentes? No hay duda que la
izquierda democrática es un total descalabro intelectual y moral.
El siguiente pasaje ilustra el desencanto y cólera que Marx
manifestaba en contra de los socialistas de su época.
Plagiado, incomprendido, tergiversado, dividido en el Marx
joven y el Marx viejo, en el siglo XX, aún en vida comenzó a percibir las malas
interpretaciones que se hacían de su teoría. Con un grado de cólera
comprensible -se trataba nada menos que de sus yernos- el 11 de noviembre del
82 le escribía a Engels: “¡Que se vayan al diablo Longuet, el último
proudhoniano, y Lafargue, el último bakunista !”
A Pablo Lafargue, el 27 de octubre de 1890. Engels le
enviaba una carta en la que comentaba el arribismo que existía en el partido
socialdemócrata alemán:
Ha habido revueltas de estudiantes, literatos y otros
jóvenes burgueses desclasados se han lanzado al partido, han llegado a tiempo
para ocupar la mayoría de los puestos de redactores en los nuevos periódicos
que pululan y, como de costumbre, consideran la universidad burguesa como una
escuela de Saint Cyr socialista que les da derecho de entrar en las filas del
partido con el título de oficial, si no de general. Estos señores practican
todos el marxismo, pero de la especie que se conoce en Francia desde hace diez
años, y del que Marx decía: “Todo lo que sé es que yo no soy marxista”. Y
probablemente diría de estos señores lo que Heine decía de sus imitadores:
“Sembré dragones y coseché pulgas.”
A continuación procedemos con la publicación del artículo La maldición izquierdista guatemalteca
en el cual el profesor Luciano Castro Barillas enfoca y aclara todas las creencias
erróneas a cerca de la izquierda guatemalteca. Marvin Najarro
LA
MALDICIÓN IZQUIERDISTA GUATEMALTECA
Por Luciano Castro Barillas
Su
irrelevante práctica política y su inconsistencia ideológica los hace,
realmente, despreciables. Fueron una fracción oportunista del movimiento obrero
del siglo XIX. Siempre ha sido así, o tal vez fueron un poco mejor en el pasado
(en los decenios iniciales del siglo XX), cuando renunciando a la lucha de
clases, promovieron por todos los rincones de la Alemania agrícola y
pobremente industrializada de esos años que, el camino al socialismo, no era
la revolución, sino un camino más cómodo y menos doloroso: el
parlamentarismo liberal de esos años.
El
movimiento socialdemócrata alemán (o revisionismo en opinión de los
marxistas-leninistas) nació de la mano de August Bebel y Wilhem Liebknecht y
justo es decirlo, gozaba de mucho prestigio entre los trabajadores alemanes.
Sufrieron represalias del canciller Otto von Bismarck, no obstante fueron
elegidos al Reichstag o parlamento en 1871 y desde esa posición, pese al
bloqueo y represión del partido monárquico y católico (los socialdemócratas
tenía como tesis fundamental la no
confrontación); lograron impulsar un programa político que se concretó en
la elaboración de leyes laborales que protegía a los trabajadores, en años
sumamente difíciles para la clase obrera, pues se trabajaba en condiciones de
esclavitud e insalubres, de 12
a 14 horas, recibiendo palo a veces de sus patronos o
capataces. La legislación laboral
alemana era, pues, la más avanzada del mundo en cuanto a tutelas sociales y laborales,
antes de la Primera Guerra
Mundial, al punto que para 1912, el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) era el
partido más votado de Alemania con el 35% de diputados. Los marxistas no podían
hacer otra cosa que ver esos resultados, en la medida que para los
materialistas históricos la práctica,
los hechos, son el criterio de la verdad y los socialdemócratas
realmente lo estaban haciendo bien, al menos a mediano plazo.
Pero,
ya para 1914, la práctica política de la izquierda socialdemócrata alemana iba
a tirar por la borda su consecuencia con los trabajadores, pues termina
apoyando la política nacionalista del gobierno alemán durante la Primera Guerra Mundial,
desatendiendo otro principio fundamental del marxismo: el internacionalismo
proletario. El divorcio con los comunistas a partir de allí fue definitivo,
pues, en la práctica, su tesis conciliatoria, colaboracionista con el
capitalismo, mediatizaba la disposición de lucha de los trabajadores que creían
en el evolucionismo social y no en la lucha de clases.
Esas
ideas siguen siendo las mismas en las personas de filiación socialdemócrata en
todas partes del mundo, pues aparte de ambivalencia y falta de carácter
personal (si no vea al presidente Álvaro Colom y sus posiciones políticas) la
socialdemocracia es un oportunismo político e ideológico,
porque por un lado reconoce la perniciosidad de las prácticas capitalistas pero
no está dispuesta a confrontarlas. Lucha solamente por reformar el sistema capitalista,
no por destruirlo, que es la razón de ser de la lucha de clases de los
comunistas.
Ya
en el contexto nacional, Guatemala está por finalizar un gobierno de corte izquierdista,
no revolucionario. La mayoría de ciudadanos no sabe diferenciar estos
dos conceptos y creen, con simpleza, que los guerrilleros son los que están en
el poder. A esta confusión ha contribuido personas oportunistas y que de hecho
han renunciado a su posición de revolucionarios como Pablo Monsanto (ex
comandante en jefe de la Fuerzas Armadas
Rebeldes) y Arnoldo Noriega, para citar los ejemplos dos ejemplos, no porque lo
hayan proclamado o dicho; sino por asuntos de práctica. De esos hechos
demoledores que el habla el marxismo. Nadie puede seguir manteniendo la calidad
de revolucionario cuando decanta hacia una posición de derecha, tal ha sido
hasta el momento el régimen del señor Álvaro Colom. La parafernalia
izquierdista, la propaganda engañosa y la demagogia social son lo que ha hecho decir a los sectores
ultrarreaccionarios de nuestro país (la Asociación de Veteranos Militares, por ejemplo)
que esa gente -los guerrilleros- están en el poder.
Los
revolucionarios que yo conozco, estimados lectores, siguen firmes en sus
posiciones, pobres, pasando penas; llevando una vida modesta. Muchos de ellos
con excepcional formación académica, pero no metidos en la comercialización de
sus profesiones. Por lo tanto, cuando esa cohorte de pillos que se van del
poder hacen lo indecible para ocultar sus fechorías (desaparecen las
computadoras o los persiguen penalmente por lavado de dinero como la señora
Gloria Torres y sus dos hijas a las que lamentablemente les enseñó a ser
ladronas); se siente una profunda tristeza e indignación que crean que ese tipo
de personas izquierdistas son las personas revolucionarias. Es como confundir
gimnasia con magnesia. Los izquierdistas siempre han denostado los nobles
ideales de la revolución proletaria y el socialismo y han dado, eso sí, pésimas
contribuciones al desarrollo de la lucha
popular y revolucionaria con su mediatización espiritual y sus inconsistencias
política e ideológicas, al menos en América Latina, donde no han podido
construir nunca el tan cacareado estado de bienestar.
Guatemala
sufre la maldición izquierdista. El pleito eterno con estos sectores de
ideología errática y oportunista. Vendibles, entreguistas y dispendiosos.
Afirman admirar al socialismo, pero prefieren al final quedarse con el
capitalismo. Como Portillo, hablaba con lenguaje de izquierda pero pateaba
-y muy bien- con la derecha. Allí
los ve, intentando despedirse del gobierno con una parranda demasiado cara: 1
millón de quetzales, sólo en wiskey! Verdad o mentira, pero si fuera así, eso
es sencillamente lamentable, para un país que ocupa el cuarto lugar a nivel
mundial en desnutrición infantil.
Publicado por: Marvin Najarro
CT, USA.
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