A pesar de lo grandes
destapes de corrupción en todas las instituciones del Estado, las
movilizaciones ciudadanas exigiendo el castigo a los corruptos y la depuración
del sistema político, las múltiples detenciones de funcionarios delincuentes,
las solicitudes de antejuicios contra el Presidente (por fin formalmente
declarado el cabecilla de una red del crimen organizado) y varios congresistas
y aspirantes a cargos de elección popular (el caso del vicepresidenciable cabecilla de una red de
lavado de dinero cuando fungía como presidente del Banco de Guatemala es muy
revelador), las violaciones a la ley electoral y de partidos políticos, el
juicio pendiente contra la ex vicepresidenta (que finalmente ha sido
capturada), y un largo etcétera; la prepotencia y la impunidad reinan supremas
aniquilando cualquier semblanza de un pretendido orden institucional.
UN PAÍS INVEROSÍMIL
Guatemala es un lugar de enormes contrastes, de encantos naturales y
vestigios del pasado que dejan estupefacto a cualquiera, pero también de imágenes
de desolación y crimines contra la naturaleza que espantan; de riqueza y
abundancia en manos de pocos que contrastan con la miseria y el hambre de las
mayorías; de megamansiones y zonas residenciales exclusivas propias de los
países más ricos del mundo, pero también de ciudades miserias pobladas de
covachas y donde malviven millones de desahuciados -marca distintiva de países
del llamado tercer mundo; de clases privilegiadas que ostentan mil y un
diplomas de estudios superiores que sin embargo, contrastan con el
analfabetismo de una gran parte de su población.
Todas estas flagrantes contradicciones aunque no únicas a Guatemala, si la
definen como una nación en franco atraso, donde la democracia es solo una
palabra en letra muerta. Y es precisamente en este punto, el de la democracia
guatemalteca, o, “democracia a la chapina”, donde actualmente estamos
presenciando un espectáculo político cuyos autores le dan un matiz de lo
absurdo, inconcebible e irracional, que uno llega a pensar, no sin razón, que
esto únicamente sucede en un país inverosímil como Guatemala.
Es increíble que en medio de semejante crisis política como la que se vive
en estos días en el país, todos los involucrados en ella, principalmente
aquellos imputados de graves actos de ilegalidad actúen con tanta desfachatez y
torpeza inmunes a todo, como si creyeran que están investidos de un poder
sobrenatural que rebasa cualquier cuestionamiento a su abuso de autoridad.
Están por encima de todo, de la ley y de la voluntad popular. Es algo así como
ser los dueños de un Estado criminal intocable construido por ellos y para su
uso exclusivo.
Esa es la realidad actual de Guatemala, donde a pesar de lo grandes
destapes de corrupción en todas las instituciones del Estado, las
movilizaciones ciudadanas exigiendo el castigo a los corruptos y la depuración
del sistema político, las múltiples detenciones de funcionarios delincuentes,
las solicitudes de antejuicios contra el presidente (ya formalmente declarado
el cabecilla de una red del crimen organizado) y varios congresistas y aspirantes
a cargos de elección popular (el caso del
vicepresidenciable cabecilla de una red de lavado de dinero cuando
fungía como presidente del BANGUAT es muy revelador), las violaciones a la ley
electoral y de partidos políticos, el juicio pendiente contra la ex
vicepresidenta (que finalmente ha sido capturada), y un largo etcétera; la
prepotencia y la impunidad reinan supremas aniquilando cualquier semblanza de
un pretendido orden institucional.
En cualquier otro país, aun en aquellos con frágiles instituciones
democráticas, una crisis política similar ya habría provocado el colapso total
del gobierno, y los culpables ya estarían siendo procesados penalmente, en
otros casos hasta pasados por las armas por traición a la patria, pero no en
Guatemala. Y la razón de esto -que no tiene nada que ver con la existencia de
un Estado de derecho robusto capaz de contener una crisis de esta magnitud- por
increíble que parezca, es la existencia de un Estado mafioso debidamente
fraguado y concebido para la realización de todo tipo de actividades criminales,
como el fraude aduanero, lavado de
dinero, narcotráfico, tráfico de influencias, nepotismo, plazas fantasmas,
etc., etc. Pero el Estado mafioso no solo ha servido al crimen organizado
-institucionandolo- sino que también ha institucionalizado la protección y la
impunidad de los criminales que medran en sus entrañas.
En Guatemala se persigue y se castiga con saña a los delincuentes de baja
monta, sin embargo a los grandes saqueadores de las arcas del Estado, se les
protege. Los bufetes de la impunidad interponen recursos de amparo a nombre de
ellos. Los jueces de las altas cortes obstaculizan la aplicación de la ley, y
hasta frenan las tibias reformas a la ley electoral y de partidos políticos. El
Congreso engaveta el antejuicio contra el Presidente burlándose y limpiándose
el trasero con el pueblo y sus manifestaciones pacíficas. La vicepresidenta antes
de ser detenida y en prisión se la pasaba en su casa conduciendo sus
acostumbrados “negocios”.
El Tribunal Supremo Electoral ha emitido varias prohibiciones contra
candidatos y partidos políticos por violaciones a la ley pero nadie le hace
caso. Las elecciones están a la vuelta de la esquina y todos los interesados en
mantener el sistema político corrupto se apresuran para que se lleven a cabo, aun
y cuando proliferen candidatos de dudosa reputación y en muchos casos con nexos
con el narcotráfico y el crimen organizado. Con justa razón un gran segmento de
la población harta con el sistema político corrupto, reclama la cancelación de
las elecciones pues en estas condiciones no se pueden llevar a cabo. Sin
embargo, los defensores de oficio del inexistente orden institucional aducen
que son la única salida viable a la crisis política, cuando es más que evidente
que las elecciones son un proceso viciado, una farsa antidemocrática impregnada
de corrupción, que no puede conducir a ninguna solución ya que como resultado
tendremos que se legitimará una vez más a la misma clase política corrupta que
se ha apoderado del Estado y todas sus instituciones en un ciclo que no parece
terminar.
Resulta hasta grotesco el solo hecho de pensar que a estas alturas del
estallido de la crisis se insista en que las elecciones son la única vía para
salir de ella y preservar el orden institucional. Un acto de verdad grotesco. Cuando
de lo que en realidad se trata es de conservar las estructuras que sustentan el
sistema político antidemocrático y criminal, el mismo que ha manipulado leyes, instaurado
el abuso de poder y la impunidad como forma de gobierno y subvertido la democracia
al grado de volverla un circo de lo absurdo que se repite cada cuatro años.
Durante más de medio siglo la farsa de la democracia guatemalteca ha sido el
medio del que se han servido la oligarquía, los militares, los políticos en
alianza con el crimen organizado para perpetuarse en el poder y mantener a sangre
y fuego su condición de la clase más privilegiada en el expolio de la cosa
pública. Es precisamente la preservación de ese orden de cosas el que de manera manifiesta le cierra las puertas a
toda posibilidad de que exista de un sistema político democrático, justo y
sobre todo transparente, y que atienda las necesidades más urgentes de la
población, tal y como se ha venido demandando en el seno de las movilizaciones
ciudadanas desde el estallido de la crisis gubernamental.
Con justa razón sectores de ciudadanos conscientes demandan la cancelación
de las elecciones, porque en estas condiciones, a pesar de lo que opinen los defensores
del llamado orden institucional, no se pueden llevar a cabo. Desafortunadamente
para el pueblo de Guatemala que merece algo mejor, las cartas están echadas y
quienes manejan los hilos del poder están a punto de salirse con la suya una
vez más convenciendo con propuestas espurias a los votantes que de buena gana
desfilaran hacia el matadero. Sin embargo, no todo está perdido y una de las
lecciones a tomar en cuenta es que, la vía pacífica y democrática, si bien fundamentales
como medio de presión en sus fases iniciales, al final resultan inefectivas
contra un poder recalcitrante debidamente estructurado y que cuenta con todos los recursos para
capear el temporal, a no ser, que la frustración y el rechazo popular se transforme
en una lucha que adquiera la fuerza y la determinación de asestarle golpes
donde más le duele al enemigo.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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