(…) Durante la guerra fría
el terror selectivo y masivo, abierto y clandestino se efectuó en nombre del
anticomunismo para aplastar las sublevaciones que genera un orden político
(dictadura) y social (miseria y desigualdad) de carácter excluyente. En el
contexto de la democracia neoliberal el terror sobre todo selectivo continúa a
efecto de garantizar el orden que necesita la voraz acumulación capitalista
neoliberal. Al igual que aconteció en los años de la reforma liberal del siglo
XIX, lo que hoy estamos observando es un cambio en el modelo de acumulación que
sustituye al fordista y keynesiano por uno más depredador, el neoliberal. Esto
implica un ejercicio de la violencia que confirma el planteamiento de Marx de
que en ocasiones la misma se convierte en una categoría económica.
Guatemala
DEL TERROR MILITAR A LA
VIOLENCIA NEOLIBERAL
Por Carlos Figueroa Ibarra
Presentación hecha en el Foro “Comunidades y Estado Neoliberal en
Guatemala, un conflicto irresuelto”. Convocado por la Red de Solidaridad con
Guatemala. Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México. México D.F. 11 de abril de 2013.
1.
Desde
1996 cuando se firmó la paz que puso fin al conflicto armado interno, la
sociedad guatemalteca ha ido mostrando nuevas formas de violencia, que son
continuidad, pero también ruptura, en relación a la que observamos en el ciclo
anterior, es decir aquel que arrancó en 1954 y culminó precisamente en 1996 con
la firma de dichos acuerdos de paz.
2.
Un
elemento de ruptura es que durante los años del conflicto armado interno, la
parte esencial de la violencia, o por lo menos aquella que llamó la atención e
los especialistas, fue la violencia política. Es decir aquella que provino
desde el Estado contra sus opositores y también, la que ejercieron esto últimos
en contra del Estado mismo y en general del orden establecido. En la etapa del
posconflicto no ha sido la violencia política la que ha acarreado el mayor
número de víctimas, sino ha sido la delincuencial, sea la que proviene de la
delincuencia organizada o de la delincuencia común.
3.
La
anterior aseveración puede constatarse con algunos recuentos y análisis que se
han hecho durante los años del posconflicto. De acuerdo con datos de la Policía
Nacional Civil y de la Comisión de Esclarecimiento histórico, el número de
víctimas del conflicto armado interno ascendió entre 1960 y 1996 a
aproximadamente 200 mil personas entre ejecutados y desaparecidos de manera
forzada. Entre 1996 y 2010, el número de víctimas de la violencia delincuencial
ascendía apoco más de 64 mil. Y se proyectaba que en los siguientes 36 años a
partir del fin del conflicto, tal cifra podría ascender a poco más de 165 mil.
4.
Estamos
lejos pues de vivir aquellos años en los cuales el terror militar, era la forma
más visible de la violencia en Guatemala. Hoy la violencia más importante es en
términos estadísticos es la que se observa a partir de los actos
delincuenciales.
5.
Sin
embargo es importante hacer precisiones que arrancan desde el título mismo de
esta presentación. Una de ellas tiene que ver con lo que llamamos terror
militar. Por tal entenderemos el ejercicio sistemático ejercido desde un Estado
cuyo eje vertebral eran las fuerzas armadas y cuyo alto mando tenía un control
esencial de la represión del Estado. Este control existió independientemente de
que la represión la efectuaran las distintas unidades del ejército, las
distintas corporaciones policíacas o por grupos que ejercían el terror
clandestino como en su momento la Mano Blanca o posteriormente el Ejército
Secreto Anticomunista. La otra precisión es que la violencia neoliberal no se
agota hoy en la que generan la delincuencia organizada o común. La violencia
neoliberal también es hoy ejercida por el Estado a través de la comisión de
cruentos actos represivos ejercido de manera abierta (por ejemplo la matanza en
la cumbre de Alaska) o por omisión como sucede con la acción impune que se
ejerce mediante el asesinato, amedrentamientos y hostigamientos de los
activistas de los derechos humanos y sociales.
6.
La
violencia que se ejerció desde el Estado durante los años del conflicto armado
fue una modalidad de violencia del estado que puede ser calificada como terror
militar, porque fue el ejercicio de la violencia que no hizo distinción entre
objetivos militares y población civil. En términos genéricos, esta es
precisamente la definición de terrorismo: todo acto de violencia o amenaza de
violencia extrema que no distingue a los objetivos militares de la población
civil. Si hablamos de terrorismo de estado es por este tipo de violencia se
hizo desde el Estado. Y si hablamos de terror militar es porque fueron las
fuerzas armadas sus conductores y perpetradores fundamentales.
7.
Esto
no quiere decir que la responsabilidad del terror estatal se haya agotado en
las fuerzas armadas. Responsabilidad esencial cabe también en la clase
dominante cuyos intereses eran preservados a través de la violencia y que
cedieron la conducción del Estado a través de la dictadura militar. La gran
matanza acontecida en Guatemala entre 1954 y 1996 pudo ser posible porque el
conjunto de la clase dominante de manera abierta o vergonzante, la propició y
la justificó. Cabe agregar que los sectores más extremistas de ella no sólo se
beneficiaron del mantenimiento de un orden social excluyente e injusto sino fueron
en ocasiones protagonistas activos del terror estatal.
8.
Por
la forma en que el Estado se condujo en el ejercicio del terrorismo de estatal
podemos distinguir al terror abierto del terror clandestino. La necesidad de
mantener una fachada de democracia liberal hizo que las acciones de terror
abierto fueran menos pero no ausentes: son elocuentes ejemplos la masacre de
Sansirisay en mayo de 1973, la masacre de Panzós en mayo de 1978, el incendio
de la embajada de España en enero de 1980. Sin embargo, la necesidad de la
dictadura de embozarse en una democracia de fachada hizo que la inmensa
cantidad de acciones de terror estatal fueron clandestinas. Entendemos por
terror clandestino todas aquellas acciones de violencia terrorista que el
Estado efectuó pero que lo hizo de manera embozada: la actuación del ejército o
las policías en zonas rurales aisladas, la organización de grupos operativos
encubiertos de ejecución extrajudicial y desaparición forzada, la utilización
de membretes que encubrían la acción gubernamental, utilización de seudónimos,
casas de seguridad etc.,
9.
Por
la magnitud de la violencia también puede distinguirse al terror selectivo del
terror masivo. El primero de ellos se observó a través de la ejecución
extrajudicial o desaparición forzada de personas en lo individual las cuales
habían sido escogidas merced a un trabajo previo de inteligencia
contrainsurgente. Generalmente las víctimas del terror selectivo fueron
militantes políticos y/o sociales o de los cuales se tenía sospecha de
militancia subversiva. Entenderemos por subversión la acción de destruir,
desmantelar o derrocar un orden opresivo e injusto. El terror masivo
generalmente fue la ejecución extrajudicial o desaparición forzada en gran
escala. Ejemplo prístino e terror masivo son las masacres de las comunidades
mayas en el altiplano central y septentrional durante los primeros años de la
década de los ochenta del siglo XX. Pero también el secuestro masivo de 27
sindicalistas de la Central Nacional de Trabajadores en junio de 1980 o el de
los 17 sindicalistas en la finca Emaús Medio Monte en agosto de ese mismo año.
Cabe hacer la precisión de que en muchas ocasiones el terror masivo tuvo
también un carácter selectivo en tanto que por su actividad, lugar de vivienda
o cualquier otro motivo, las víctimas fueron convertidas en un objetivo
represivo.
10.
La
dictadura militar ejerció de manera alterna el terror clandestino y el terror
abierto según las coyunturas que fueron presentándose. De igual manera puede
hablarse del terror selectivo y el terror masivo. En términos generales puede
decirse que el terror selectivo fue una constante en la vida política del país
y fue acentuándose en la medida en que el Estado guatemalteco se fue
convirtiendo en una dictadura militar. Este proceso de conversión se cristalizó
con el golpe de estado de marzo de 1963.
11.
El terror
masivo se ha reservado en Guatemala para aquellos momentos en que se han
observado amenazas sustanciales al orden establecido como fue el proceso
revolucionario iniciado en 1954, el momento climático del primer ciclo
guerrillero y finalmente la gran insurrección indígena articulada al clímax del
segundo ciclo guerrillero. Por este motivo podemos decir que en el país se han
observado tres grandes olas de terror: la que se observó con motivo de la
contrarrevolución de 1954, la que se desató entre 1966 y 1972 para derrotar a
la primera insurgencia armada. Finalmente la más grande de todas, la que se
observó entre 1978 y 1984, para derrotar al segundo ciclo insurgente. Una vez
abatidas estas amenazas o sublevaciones, el Estado retornó a los momentos del terror
selectivo como una forma de mantenimiento del orden en tiempos de “normalidad”.
12.
En la
Guatemala del momento actual, el debate es si la matanza en gran escala que se
observó en el país puede ser calificado de genocidio o simplemente como un
crimen humanitario. Si entendemos el genocidio como la destrucción parcial o
total de grupos humanos, en términos de la verdad histórica lo que ocurrió en
Guatemala indudablemente fue un genocidio. La discusión se ha suscitado en el
campo de la verdad jurídica. Esto sucede porque la Convención para la Sanción y
Prevención del delito de Genocidio aprobada por la ONU en 1948, habla como
tales grupos humanos solamente de los grupos nacionales, étnicos, raciales o
religiosos. Alegan los adversarios de la interpretación como genocidio lo
ocurrido en Guatemala, que en tanto no se persiguió destruir a ninguno de estos
grupos, lo que sucedió en Guatemala no fue genocidio.
13.
Esta
interpretación que es esgrimida sobre todo por la derecha contrainsurgente y
sus abogados defensores, parten de una premisa cierta para llegar a una
conclusión falsa. En efecto el sentido del genocidio en Guatemala no fue el de
una “limpieza étnica” o etnocidio. El genocidio en Guatemala fue más bien un
politicidio porque el objetivo de la matanza fue acabar con un grupo político,
los comunistas (reales o supuestos) y no con un grupo étnico. Si se hubiera
conservado el espíritu original de la iniciativa, tal como había sido concebida
en 1947 y se hubiera agregado a los cuatro grupos anteriores a los grupos
políticos, hoy no habría materia de controversia jurídica.
14.
La
falacia contrainsurgente consiste en concluir que como no hubo intencionalidad
etnocida no se puede hablar de genocidio. No importa que el genocidio
anticomunista haya destruido parcialmente a diversos grupos étnicos en
Guatemala, que haya provocado lesiones graves a la integridad física o mental
de los integrantes de dichos grupos, que los haya sometido intencionalmente a
condiciones de existencia que acarreó su destrucción física, que haya traslado
por la fuerza a niños de estos grupos étnicos a otros grupos.
15.
El
genocidio en Guatemala tuvo causas históricas de largo alcance: el hábito
terrorista construido en la época colonial para mantener el orden en una
sociedad sustentada en el trabajo forzado de los indígenas; el racismo
construido para legitimar la represión y la expoliación a dichos pueblos
indígenas; el orden dictatorial necesitado por la acumulación originaria y la
articulación a la exportación cafetalera; la paranoia anticomunista surgida
después de la insurrección de 1932 en El Salvador y llevada a su máxima
expresión por la guerra fría; el miedo oligarca que generó la década
revolucionaria de 1944-1954 y finalmente el orden heredado por la
contrarrevolución de 1954 que fue excluyente, autoritario y con escasa
legitimidad.
16.
El
resultado de todo ello fue el surgimiento de dos otredades negativas que fueron
la fuente de legitimación para el genocidio: “el indio” y “el comunista”.
Sabido es que las grandes matanzas siempre han necesitado de la construcción de
tales otredades negativas para poder legitimar el exterminio en grandes
magnitudes. Se construye un “nosotros” al mismo tiempo que se construye una
alteridad que resume lo deleznable y lo que constituye una amenaza para ese
“nosotros”: patria, familia, religión, identidad, raza. En Guatemala el “indio”
fue expresión de una condición humana deleznable y expresada en vicios y
defectos como la hipocresía, holgazanería, abulia, ignorancia y suciedad. El
“comunista” fue expresión de seres humanos resentidos socialmente, apátridas,
tributarios de Moscú y La Habana, enemigos de la religión y de la familia. Las
otredades negativas unidas a una cultura autoritaria, oscurantista e
intolerante se convirtieron en Guatemala en la cultura del terror. Por tal
entenderemos un conjunto de valores políticos y morales intransigentes ante la
diferencia y una propensión a eliminar al otro en lugar de entender sus
razones.
17.
Hemos
enfatizado ya en las diferencias que hay entre la violencia observada en Guatemala
durante los años de la dictadura militar y la que hoy se observa en el contexto
de la democracia neoliberal. Pero es necesario enfatizar en las continuidades.
Por ejemplo la persistencia actual de la cultura del terror generada por el
pasado colonial y la paranoia anticomunista. Hoy esta cultura del terror ha
agregado nuevas otredades negativas a las que ya existían. En el contexto
delincuencial que ha desatado el neoliberalismo ha surgido “el delincuente”
figura que generalmente es asociada a la delincuencia común asociada a la
pobreza. La predilección de la cultura del terror por la eliminación de las
otredades se expresa en esta ocasión en la popularidad urbana que tiene la
noción de “limpieza social” denominación positiva que tiene la ejecución extrajudicial
del malhechor.
18.
Si el
auge delincuencial crea sus propias otredades negativas, las necesidades de la
voraz acumulación neoliberal también crea las suyas. La expansión capitalista
neoliberal que se apropia de ámbitos, territorios y productos antes no
apetecidos por el capital, ocasiona perjuicios como son la depredación
ambiental, el envenenamiento de las aguas, la disminución del afluente de las
mismas, la expropiación de tierras, la destrucción de tejidos sociales y
culturales y por tanto, la rebelión de todos los que se sienten afectados por
tales atrocidades. Los llamados megaproyectos como son las minas a cielo
abierto, las cementeras, hidroeléctricas, proyectos carreteros, cultivos de
gran demanda en el mercado mundial (palma africana o caña de azúcar), la
precariedad laboral, los bajos salarios, las reformas educativas neoliberales y
las resistencias o rebeldías que generan, se plasman en la cultura del terror
en una nueva otredad negativa: el “bochinchero”. Es decir todo aquel o aquella
que organiza tumultos, barullos, alborotos o asonadas. “Bochincheros” son pues
todos los activistas de los derechos humanos y sociales. También aquellos que
luchan contra la impunidad de la que han gozado los violadores de los derechos
humanos durante el conflicto interno. El “bochinchero” se asocia a otra
categoría que tiene hoy una dimensión latinoamericana como es el “populista” y
ambas son continuación en los tiempos de la posguerra fría, de la otredad
negativa del “comunista”. Y si el “comunista” era tributario de Moscú y La
Habana hoy el “bochinchero” lo es de Noruega y Suecia.
19.
En la
lógica de la cultura del terror el “bochinchero” es un disolvente social que
destruye la paz social que necesita Guatemala para encauzarse por el
desarrollo. El desarrollo es lo que hacen los buenos guatemaltecos con su
trabajo al propiciar la modernización que necesita el país. Desarrollo y
modernización son todos los emprendimientos que invierten capital, crean
fuentes de trabajo y construyen la senda del progreso. El “bochinchero” a
menudo es un antiguo guerrillero o terrorista que no acepta la derrota que el
ejército propinó a la guerrilla y que busca venganza en lugar de justicia. Por
eso persigue el encarcelamiento de militares y civiles que defendieron la
patria del comunismo y con ello abren viejas heridas, continúan por otras vías
el conflicto interno y con ello están provocando una nueva guerra interna en
Guatemala.
20.
La
consecuencia de la anatematización que genera la cultura del terror es una
suerte de permisividad social ante el asesinato, agresiones físicas, amenazas
de muerte, encarcelamientos de activistas de derechos humanos y sociales o bien
de cateos, asaltos y destrucción de bienes a organizaciones sociales. Lo que
desde hace años observamos de manera creciente en Guatemala es el terror
selectivo que se ceba en dichos activistas. Durante la guerra fría el terror
selectivo y masivo, abierto y clandestino se efectuó en nombre del
anticomunismo para aplastar las sublevaciones que genera un orden político
(dictadura) y social (miseria y desigualdad) de carácter excluyente. En el
contexto de la democracia neoliberal el terror sobre todo selectivo continúa a
efecto de garantizar el orden que necesita la voraz acumulación capitalista
neoliberal. Al igual que aconteció en los años de la reforma liberal del siglo
XIX, lo que hoy estamos observando es un cambio en el modelo de acumulación que
sustituye al fordista y keynesiano por uno más depredador, el neoliberal. Esto
implica un ejercicio de la violencia que confirma el planteamiento de Marx de
que en ocasiones la misma se convierte en una categoría económica.
21.
Un
recuento de las agresiones contra activistas de derechos humanos y sociales
publicado en 2011 por la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de
Derechos Humanos de Guatemala (UDEFEGUA), consignaba que entre enero de 2000 y
febrero de 2011 habían ocurrido 2,285 agresiones. Estas agresiones comprendían
desde asesinatos hasta amenazas telefónicas pasando por detenciones ilegales,
persecuciones, robos y violaciones sexuales. Se observaba una tendencia
creciente en el número de agresiones pues si en el año 2000 las mismas ascendía
a 59, en 2009 llegaban a 353 mientras que solamente en enero y febrero de 2011
las mismas ascendían a 202. Contrastándolo con el año anterior (2010) en el
cual las agresiones habían llegado a 305, en sólo los dos primeros meses de
2011, las agresiones a los activistas ya comprendían el 66% de todas las que
habían acontecido en el año anterior. En los primeros dos meses de 2011, el promedio
diario de agresiones a los activistas era de 3.4 y comparado con el primer
bimestre de 2010, el de 2011 acusaba un aumento de las mismas era de un 336%.
Resulta revelador el que de las 202 agresiones acontecidas en el primer
bimestre de 2011, 175 (87%) fueron dirigidas hacia pueblos indígenas y
ambientalistas. Es decir las comunidades que se estaban luchando contra los
proyectos cementeros y de minería abierta como acontecía con los pobladores de
San Juan Sacatepéquez (Departamento de Guatemala) y San Miguel Ixtahuacán (San
Marcos). En ese primer bimestre de 2010, 10 activistas fueron asesinados.
Figuraron entre los asesinados sindicalistas, activistas comunitarios, artistas
independientes, asociados gremiales y activistas indígenas.
22.
Las
agresiones de diverso tipo, entre ellas el asesinato, de dirigentes y
activistas sociales es algo que se está dando independientemente del signo
político que tenga el gobierno de turno. Hemos consignado cómo durante el
gobierno de Álvaro Colom, las cifras de agresiones crecieron y cómo en el
primer bimestre del último año de su gobierno (2011) los datos fueron
particularmente cruentos. En marzo y mayo de 2011 los campesinos K’ekch’is del
valle del Polochic fueron objeto de brutales desalojos en beneficio de
empresarios cañeros de la región. El nuevo gobierno encabezado ahora por el
general Otto Pérez Molina se ha visto involucrado en masacres como la observada
en la cumbre de Alaska contra los 48 cantones de Totonicapán. Entre febrero y
marzo de 2013 el saldo ha sido de nueva cuenta cruento: el asesinato del
dirigente campesino Tomás Quej (28 de febrero), del dirigente Ch’ortí Ignacio
López Ramos (5 de marzo), del dirigente popular Carlos Hernández (8 de marzo),
del líder Tz’utujil Jerónimo Sol (12 de marzo), la captura arbitraria del
activista de los derechos humanos Rubén Herrera (15 de marzo), el secuestro de
cuatro dirigentes del pueblo Xinca y el asesinato de uno de ellos (Exaltación
Ucelo, 17 de marzo), los asesinatos de la sindicalista salubrista Santa
Alvarado (21 de marzo), la sindicalista municipal Kira Enríquez (22 de marzo).
A esto hay que agregar allanamientos, amenazas de muerte, intentos de
secuestro. Entre enero y octubre de 2012 organizaciones de derechos humanos
registraron 254 ataques a defensores de derechos humanos y sociales.
23.
La
gran cuestión a discernir es el papel del Estado en todos estos acontecimientos
represivos. Podemos advertir una autoría estatal evidente en los actos de
represión abierta (por ejemplo el despojo y represión en el Valle de Polochic
en 2011 o en la matanza de la cumbre de Alaska en 2012). En los actos de terror
selectivo la autoría puede ser a través de agentes estatales encubiertos o
escuadrones de la muerte amparados en la impunidad. Buena parte de los
asesinatos y otro tipo de agresiones han sido imputadas a sicarios
probablemente pagados por las empresas involucradas en los proyectos mineros,
cementeros o hidroeléctricos. Probablemente sea el caso de los tres campesinos
indígenas asesinados en Santa Cruz Barillas (Huehuetenango) el 1 de mayo de
2012. En todo caso estamos viviendo ahora de manera creciente una violencia
neoliberal en la cual el Estado por comisión o por omisión es responsable de
estas acciones que vuelven a ser actos de terror dirigidos a aniquilar
cualquier voluntad de rebeldía o transformación.
24.
Finalmente,
hay que terminar estas reflexiones por donde fueron comenzadas. A 16 años de
haber concluido el conflicto interno con la firma de los acuerdos de paz de
diciembre de 1996, el terror estatal protagonizado por la dictadura militar ha
sido sustituido por una violencia generalizada que tiene diversos actores.
Entre estos se encuentra el crimen organizado -expresado fundamentalmente por
el narcotráfico-, que tiene una presencia apabullante en el Estado y sociedad guatemaltecos.
Además del narcotráfico se observa la creciente delincuencia común que asuela
particularmente al área metropolitana del país. Estas violencias son expresión
de un Estado fallido que en realidad expresa una sociedad fallida, la del
fracaso neoliberal. A la par de esta violencia puede también observarse la que
la acumulación capitalista provoca para poder lograr la reproducción ampliada
del capital a través del despojo, la expoliación y la depredación ambiental. El
Estado guatemalteco participa activa o pasivamente, por comisión o por omisión
en esta última forma de violencia que tiene los rasgos del terror selectivo. La
violencia de la democracia neoliberal en Guatemala presenta pues rupturas en
relación a la violencia que se observó durante los años de la dictadura
militar. Pero también hay continuidades en la cultura del terror, el hábito
contrainsurgente, en el recurso del miedo para la reproducción de la ganancia y
el privilegio.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA. Auff!
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