El asunto es: ¿el nazismo
asusta? ¿Avisa, advierte, enseña? Cuando alguien evoca su cifra, todos sabemos
de qué se está hablando, como cuando se cita la blancura de la nieve. Es el
color negro que ennegrece todas las cosas negras. No es ya un fenómeno
histórico sino un sol al revés; la anti-perla “incomparable” a la que sólo
metafóricamente, por comparación, pueden aproximarse todos los otros fenómenos.
EL NAZISMO Y LA METÁFORA
Por Santiago Alba Rico
Atlántica XXII
Hay algo tan formidablemente mágico, tan escandalosamente libre, en el
hecho de poder vincular mediante el lenguaje dos criaturas distantes que la
metáfora, y su hermana la comparación, han sido siempre el campo abonado de
todas las audacias (“espadas como labios”) y de todas las manipulaciones
(“judíos como insectos”). Su eficacia creativa se basa, en todo caso, en el
carácter “incuestionable” de uno de los términos -el llamado “vehículo”-, cuya
realidad fuerte absorbe el término subjetivo de la comparación. Nunca el alma o
los dientes de mi amada serán tan blancos como la nieve, pero si la nieve
“blanquea” su belleza es porque todos aceptamos la blancura de la nieve como
objetiva, indudable, fundacional. Es la nieve, por así decirlo, la que vuelve
blancas las cosas blancas. Y es por eso que las metáforas suelen tener por lo
general una de sus raíces en la naturaleza: la nieve, el cielo, las perlas, el
mar, los insectos. O lo que es lo mismo: en elementos sobre los cuales todos
estamos de acuerdo.
El peligro -para el periodismo y la política- estriba en que toda metáfora
naturaliza uno de los términos, genera la ilusión de que lo sabemos todo acerca
de la mitad dura de la comparación. Lo más terrible quizás de la frase de
Cospedal (“los escraches son puro nazismo”) no es que identifique el acoso
ejercido por las víctimas -pues las víctimas también pueden acosar sin dejar de
serlo- con los verdugos de los judíos; lo más terrible es que petrifica el nazismo
más allá de toda investigación o de todo aprendizaje.
Leyendo esta declaración -o el artículo, en dirección inversa, del gran
historiador Josep Fontana- uno se pregunta con qué se comparaba al nazismo
rampante en 1933 o en 1935 o en 1939. Como el nazismo no era aún “nazismo” sino
una opción ideológica legítima y popular, los que percibían sus amenazas
recurrían, por ejemplo, al imperio romano o al colonialismo racista europeo.
Así lo hizo la mística y militante Simone Weil desde muy pronto sin que nadie,
ni en Alemania ni en Francia, le hiciera mucho caso. Es verdad que ni el
imperio romano ni la empresa colonial eran “vehículos” duros naturalizados en
la unanimidad de los ciudadanos; de hecho, el fascismo italiano reclamaba con
orgullo la herencia de Roma e incluso sectores comunistas condescendían con el
colonialismo. De ahí que la comparación de Simone Weil no fuera una “metáfora”
sino una “investigación” que cuestionaba, mientras los ponía en relación, los
dos términos así aproximados. Quizás por eso no logró alertar a nadie: porque
ni el imperio romano ni el colonialismo amedrentaban o escandalizaban a los
europeos; pero quizás por eso en los textos de Weil aprendemos mucho, al mismo
tiempo, acerca del imperialismo romano y del totalitarismo del III Reich.
El asunto es: ¿el nazismo asusta? ¿Avisa, advierte, enseña? Cuando alguien
evoca su cifra, todos sabemos de qué se está hablando, como cuando se cita la
blancura de la nieve. Es el color negro que ennegrece todas las cosas negras.
No es ya un fenómeno histórico sino un sol al revés; la anti-perla “incomparable”
a la que sólo metafóricamente, por comparación, pueden aproximarse todos los
otros fenómenos.
Esta naturalización metafórica del nazismo tiene dos efectos asociados y
paradójicos. El primero es que nos impide ver los parecidos ante nuestros ojos:
del mismo modo que el alma o los dientes de nuestra amada nunca serán tan
blancos como la nieve, la crueldad o maldad o tiranía de ningún régimen
realmente existente será jamás tan negra como el nazismo. Olvidamos así que
hubo un tiempo en que nadie podía comparar el nazismo con el “nazismo” porque
el nazismo se estaba construyendo en Europa de forma lenta y a la luz del día,
con el apoyo de un sector fuerte de la población y, aún más, con la complicidad
o al menos la aceptación de todas las instituciones económicas y políticas del
capitalismo mundial. Al tratar el nazismo como si hubiera sido siempre el
“nazismo” -lo que Aristóteles llamaba una entelequia- nos volvemos incapaces de
relacionarlo con nada que estemos viviendo y, desde luego, con nada que estemos
apoyando. E incapaces por tanto de recordar que tampoco los alemanes apoyaban a
“Hitler” -es decir, la Monstruosidad Objetiva- sino a un señor con bigote
bastante banal, respetable y sincero, que expresaba “sin complejos” las úlceras
históricas del pueblo alemán. En definitiva: nos olvidamos de que si vuelve
Hitler no se llamará “Hitler” ni encabezará un partido nacional-socialista ni
su programa incluirá la propuesta de un IV Reich.
El otro efecto paradójico tiene que ver con el hecho de que la naturalización
del nazismo en “nazismo”, raíz dura de todas las negráforas, lo convierte en
“increíble”, en “imposible” y, por lo tanto, en insignificante (porque no
significa nada y porque no tiene importancia). Como anti-perla o anti-nieve,
vértice de todo Mal, se ha desprendido de la historia, poniéndose a cubierto,
por eso mismo, de todo conocimiento. Los nazis se han vuelto “incuestionables”
e indescifrables, como los etruscos y los mayas, como los extraterrestres, como
el propio Dios. Sirven para exagerar, para enfatizar, para insultar. No
asustan. Nos puede irritar mucho la frase de Cospedal, pero en definitiva se
anula a sí misma: la presencia “nazi” desactiva todo su sentido. Lo malo es que
lo mismo ocurre con el interesante artículo en el que Josep Fontana compara al
PP con el partido de Hitler. A Simone Weil nadie le hizo mucho caso porque no
había unanimidad sobre el terror del imperio romano; a Fontana nadie le hará
caso porque, al contrario, sí la hay sobre el horror del nazismo. El “nazismo”,
convertido en (des)calificativo, descalifica a los que lo denuncian, tengan o
no razón.
Cuidado: si vuelven los “nazis”, lo harán blindados -emboscados- en su
propia metáfora. Mejor no pronunciar ese nombre maldito que destruye las
lenguas que lo nombran.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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