De la serie “Nuestra Generación
Maldita”
ESCRITOS DE MANUEL JOSÉ ARCE
YA NI COMER HUEVO…
Ah tiempos aquellos cuando uno podía decirle a la empleada doméstica: “Tomá estos ocho len, andá a la tienda y me
traés un litro de leche…”. Ahora, empecemos porque uno ya no sabe cuánto es
lo que hay que darle para cualquier compra. Lo mejor en todo caso es decirle:
“Andá a la tienda y averiguate a cómo amanecieron la leche, el pan, los huevos
y me venís a avisar… quién quita y nos
alcance para desayunar el día de hoy…” Y cuando la susodicha regresa con la
información solicitada, es cuestión de decirle: “Corré, comprate unos dos
panitos, un medio litro, un huevito
-aunque sea de fábrica- y
olvídate de la mantequilla porque ni para margarina nos alcanza. ¡Pero apurate!
No vaya a ser que cuando llegués ya hayan subido otra vez los precios”. Y uno
-si tiene sensibilidad social- se queda con el tremendo remordimiento de
conciencia (o “complejo”, como se dice ahora) de que está dándose lujos
realmente ofensivos para la demás gente que ya ni café, pues.
Yo no sé qué tengan que ver las vacas con el petróleo, ni las gallinas con
el terremoto; esto es como cuando en
tiempos de la Segunda Guerra Mundial, algunos “marchantes” abusados querían
subirle el precio al frijol, diz que por la guerra… ¡Ni que importáramos los
frijoles de Alemania y ni que Parramos quedara en Japón!
Hablamos de inflación, de guerra de precios, de pactos y alianzas
económicas. Instituimos descomunales oficinas, bautizadas con nombres
sofisticados. Empleamos un lenguaje mágico-científico y realizamos profundos
análisis técnicos. Pero, en dos platos, nada.
Este año, el café alcanzó precios como nunca los había tenido en la
historia: un torrente de plata entró a Guatemala en ese concepto. Y plata que
se mira: edificios que crecen por todos lados, carrazos último modelo en
cantidades increíbles a pesar del alza de precios, empresas nuevas de todo
tipo. Plata, digo, que no se disimula. Y sin embargo, la miseria tampoco se
disimula: es más y más aguda, es más y más masiva. Como si el dinero se
estuviera reconcentrando cada vez en menos manos, como si las alzas de precios
sólo recayeran en las clases populares, como si una locura antihumana llevara a
esta sociedad a extremar las contradicciones más crueles.
Pareciera que el terremoto no nos dejó sino la convicción de que este
pueblo aguanta con todo y cualquier extremo nos parece poco. Porque mientras
los nuevos edificios se alzan en un dinámico impulso constructivo, los
barrancos arrasados ya están nuevamente cubiertos de covachas y no sólo esos,
sino también los que quedaban. Covachas que esperan otra desgracia telúrica,
inundaciones y deslizamientos en el invierno, incendios masivos en tiempo seco.
Covachas pobladas de campesinos que, prófugos de la miseria rural, vienen a
ahogarse en la miseria urbana. Y son ellos, ellos precisamente, los más necesitados,
los que pagan el pato de la guerra de precios, la inflación y todo eso.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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