Déjalos afirmarse con
independencia de ti. Ya es poco lo que te falta para ser de verdad un buen
padre. Libéralos de tu miedo y de tu egoísmo. Déjalos ser humanos, seguros y
solidarios con los demás seres humanos.
¿QUÉ ESTÁS HACIENDO…?
Por Manuel José Arce
(De la serie “Nuestra Generación Maldita”)
Y claro que quieres a tus hijos. No faltaba
más. Trabajas duro pensando en el porvenir de los muchachos. La menor de las
enfermedades te desvela. Les pagas un colegio mucho más caro que la escuelita
pobre en la que tú estudiaste. Has comprado varios seguros para ellos. Vigilas
sus amistades. Tratas de conversarles mucho, de darles un buen ejemplo. Eres
profundamente honesto y sincero en tus sentimientos. Eres buen padre. Muy buen
padre. Demasiado buen padre.
Sí: demasiado.
Porque en tu afán de perfección has llegado a
algunos extremos: has planificado -casi
día por día- su existencia… a tal edad
deben graduarse de bachilleres; a tal edad, deberán tener el cartón
universitario, para entonces recibirán una cuenta de ahorros con tanto dinero
cada uno (si te mueres antes, no hay pena; ahí están los seguros). Desde hace
mucho escogiste las carreras que habrán de estudiar.
Tú escoges la ropa que usan, les das
instrucciones al barbero, seleccionas sus amistades, les das el “visto bueno” a
las novias.
Te cambiaste de barrio y te hiciste accionista
del club, para que ellos tengan buenas relaciones.
Los acompañas en la televisión y en las
fiestas. Les autorizas, determinas y reglamentas los tragos. A uno ya le diste permiso
de fumar. A los otros, aún no.
Y ellos te obedecen, te aman, te admiran,
confía ciegamente en ti. Tienes, pues, una familia modelo, unida, tremendamente
unida bajo tu sombra.
¿Quieres saber la verdad? Tengo pena por tus
muchachos. Les estás dando la vida en cápsulas previamente digeridas por ti.
Los mantienes dentro de una probeta aséptica. Cada día son más vulnerables a
todo. Cada día tienen menos albedrío propio.
De ti no conocen un solo defecto. No porque tú
no los tengas (¡Yo te conozco!), sino porque, ante todo, sólo les dejas ver tus
cualidades y, luego, no los dejas conocer las cualidades de otros. Eres, pues,
su autoridad suprema, infalible, todopoderoso. Los pobres no pueden dar ni un
paso sin tu supervisión ni tu asesoría. Así los acostumbraste, así están ahora:
inválidos.
Para colmo, te empeñaste en amedrentarlos en
relación con la vida y con el medio. Tenías razón. Pero no hay que exagerar. El
otro día, por ejemplo, no le permitiste venir al cumpleaños de un compañero de
ellos que vive en mi barrio. “Es muy peligrosa la zona uno”, sentenciaste;
y ellos lo aceptaron así. Tampoco los dejaste ir a la excursión en la que
pasarían todo el fin de semana, porque no ibas tú. Antes de permitirles el
primer y menor enamoramiento, investigas los antecedentes familiares de la
muchacha, hasta cinco generaciones. ¡Imagínate si los padres de tu mujer
hubieran hecho lo mismo!
En fin, buen-padre, no sé si te sirve de algo
mi consejo: déjalos que sean “ellos” mismos. Déjalos que se
equivoquen y rectifiquen por ellos mismos. Déjalos que descubran la vida y
tantas cosas en la vida. Tu experiencia no es válida para el caso. No puedes
hacerles sendas transfusiones de tu experiencia. Un día no estarás tú. Lo del
seguro está bien. Pero ¿y lo demás? ¿Cómo podrán caminar sin tus muletas? ¿Cómo
podrán acertar en el futuro si no se han equivocado ahora? ¿Cómo podrán vivir
si no les permites romper el cascarón, salir de la placenta, cortar el cordón
umbilical con que los tienes prisioneros de tu voluntad, de tus miedos, de tu
tremenda inseguridad?
Déjalos afirmarse con independencia de ti. Ya
es poco lo que te falta para ser de verdad un buen padre. Libéralos de tu miedo
y de tu egoísmo. Déjalos ser humanos, seguros y solidarios con los demás seres
humanos.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario