Sorprendentemente, los
acontecimientos han posicionado a Guatemala como el futuro distópico cercano de
los Estados Unidos, trastocando totalmente las argumentaciones desarrollistas,
irónicamente debido a que Guatemala -una notable excepción al giro
antineoliberal de América Latina en la década del 2000- no ha logrado
reformarse.
GUATEMALA ES EL FUTURO:
DEMOCRACIA
NEOLIBERAL Y POPULISMO
AUTORITARIO
Por Nicholas Copeland
Durante décadas, Estados Unidos fue visualizado como el futuro de
Guatemala. En este artículo, sostengo que la experiencia de Guatemala con la
democracia neoliberal y el populismo autoritario ha servido como presagio de tendencias
en los Estados Unidos. Trump es un síntoma de la incapacidad de la democracia
neoliberal para resolver o contener las dislocaciones sociales producidas por
las políticas neoliberales y la aniquilación simultanea de las políticas
izquierdistas. Los populistas autoritarios se alimentan de los daños causados
por el neoliberalismo sin abordar sus causas fundamentales. El populismo
autoritario no puede ser derrotado por la democracia neoliberal, solo por
movimientos que desafían los límites del neoliberalismo mismo.
Inversión de las
argumentaciones del progreso
Durante décadas, Estados Unidos se mostró el mismo, como el futuro ideal de
América Latina, incluso cuando aplastaba los proyectos nacionalistas, después
de la Segunda Guerra Mundial, por la independencia económica y la
socialdemocracia. Después de décadas de brutal contrainsurgencia, EE. UU promovió
la democracia neoliberal -elecciones libres y libre mercado-, como el camino
hacia la paz y la prosperidad en Guatemala. Veinte años después de los
históricos acuerdos de paz, la transición democrática de Guatemala, de acuerdo
a cualquier evaluación, es un fracaso. Reformas modestas fueron aniquiladas
mientras la pobreza y la desigualdad empeoraban, perpetuando la explotación de
los trabajadores y de las clases bajas indígenas -las causas del conflicto
armado. La delincuencia se ha disparado. Decenas de personas son asesinadas
semanalmente en la capital, y los brutales asesinatos de cientos de mujeres no
se investigan. Las pandillas gobiernan grandes franjas del territorio por medio
del terror. La narcoviolencia ha matado a miles. Millones de personas huyen a
los EE. UU por trabajo y seguridad. La corrupción institucionalizada drena las
arcas públicas, mientras la infraestructura y los servicios del estado están en
franco deterioro. La inseguridad alimentaria y la malnutrición son una epidemia.
Estas atroces condiciones son el resultado predecible de la imposición violenta
imperialista de las reformas de libre mercado sobre un país pobre, desigual y
devastado por la guerra. La sociedad guatemalteca vive convulsionada en un
estado de colapso permanente, en guerra consigo misma, plagada de zonas en
expansión de sacrificio ambiental, y abandono social, y que vive en un
constante estado de riesgo y precariedad, no muy diferente de una prisión o
campo de trabajos forzados. Este año, cuando cuarenta y tres niñas murieron en
un incendio en un superpoblado "hogar seguro" para las víctimas de la
violencia, el abuso y el abandono, se convirtió para muchos guatemaltecos en
una perfecta condensación simbólica del patriarcado, la violencia económica y
la negligencia oficial.
Sorprendentemente, los acontecimientos han posicionado a Guatemala como el
futuro distópico cercano de los Estados Unidos, trastocando totalmente las
argumentaciones desarrollistas, irónicamente debido a que Guatemala -una
notable excepción al giro antineoliberal de América Latina en la década del
2000- no ha logrado reformarse. Para entender cómo Guatemala podría ser un
modelo para la nación más rica y poderosa del mundo, debemos preguntarnos a ojos
de quien es un fracaso y qué se logra con el fracaso. En vez de entidades
políticas separadas, Guatemala y EE. UU son nodos desigualmente conectados en
una red global en la que los Estados, las élites y las corporaciones forman
alianzas estratégicas para producir geografías de seguridad y acumulación de capital.
En ambos contextos, la democracia neoliberal opera como un ensamblaje que
gobierna: una combinación de elementos diseñados para reorientar las políticas
que desafían al capitalismo neoliberal, las raíces de la desigualdad o el
imperialismo, al espacio reducido de las elecciones, la ley y los mercados. Difícilmente
un error, los males sociales de Guatemala son externalidades de una utopía
capitalista construida a través de siglos de desarrollo de un estado colonial e imperial. A medida que la
democracia neoliberal maneja la oposición a los daños sistémicos, sin resolver
las causas profundas, crea las condiciones para el populismo autoritario.
Procesos similares afectan a las democracias neoliberales a nivel mundial.
Democracia contrainsurgente
en Guatemala
Una alianza dinámica de trabajadores se resistió al estado militar post-golpe
de Guatemala. Las organizaciones campesinas, las comunidades indígenas, los
mestizos, los católicos progresistas, los sindicatos, los maestros, los
estudiantes y los insurgentes llegaron a verse a sí mismos como personas que
compartían intereses comunes y que poseían la capacidad colectiva para cambiar
el mundo. La Doctrina de Seguridad Nacional redujo estos grupos a la categoría
de "subversivos" y "guerrilleros", definiendo infamemente a
las comunidades indígenas como el "enemigo interno", preparando el
escenario para el genocidio. La intensificación de la contrainsurgencia arrasó aldeas,
desplazó a millones de personas, modifico el paisaje rural y los medios de subsistencia e infundió temor,
desconfianza, traición e incertidumbre en la vida social. El ejército reprimió
las memorias de las luchas compartidas, rompió las relaciones familiares y las
redes comunales, aniquiló las esperanzas de un mundo mejor y eliminó las organizaciones
sociales y políticas mucho más allá de la guerrilla. El miedo, el
desplazamiento, la desconfianza y la complicidad forzada socavaron la
solidaridad de la comunidad. Los movimientos de la post-guerra son débiles y
están divididos. La violencia extrema despejó el terreno para la paz
neoliberal.
La función de la democracia neoliberal como régimen de poder es más
evidente en las transiciones posteriores al conflicto, cuando sus confines se
alinean contra los diversos proyectos nacionales y las historias de lucha. La
democracia neoliberal en Guatemala se basó en la contrainsurgencia y se diseñó
para contener los movimientos populares durante la transición al libre mercado.
Sus componentes principales incluyen: represión selectiva de organizaciones
radicales, versión "oficial" que culpa a la guerrilla de la
violencia, desarrollo orientado al mercado, competencia multipartidista,
clientelismo, multiculturalismo estatal, moral cristiana y nociones liberales
de los derechos humanos. La democracia neoliberal excluye las demandas
populares, criminaliza y reprime la disidencia, y profundiza la fragmentación
de la clase trabajadora rural. La violencia estatal selectiva incita el
pesimismo y redirige la política a los dominios esterilizados de la actividad
del mercado y la política electoral donde los individuos y los intereses
privados compiten por el acceso y el enriquecimiento. En un contexto donde las
memorias de las luchas pasadas son conflictivas e inciertas y donde las organizaciones
autónomas están diezmadas, cuando la mayoría han perdido la fe en el cambio
estructural, en el que determinados individuos y grupos se benefician a través
del mercado y la promoción electoral, y donde la confianza se ha erosionado, la
creación de alianzas es difícil. El neoliberalismo ha provocado nuevos
movimientos en contra de la privatización, la austeridad, la extracción de
recursos, la impunidad y la corrupción, que proponen proyectos nacionalistas
alternativos. Estos movimientos están trabajando para construir una visión
alterna compartida para refundar la nación.
Guatemala fue una alerta temprana en que el fracaso de la democracia
neoliberal para satisfacer las necesidades de los ciudadanos, crea el forraje
para el populismo autoritario. La política partidista enfrenta a los pobladores
con candidatos que no representan sus intereses, y ofrece una difícil elección
entre proyectos de desarrollo o el abandono. El clientelismo opera directamente
en los procesos de la vida y las ansiedades corporales para forzar a los
pobladores a una amarga competencia por los escasos recursos. Con opciones
limitadas, muchos campesinos mayas votaron en 1999 por el Frente Republicano
Guatemalteco de extrema derecha, y en 2003 por el líder del FRG, Efraín Ríos
Montt, ex dictador responsable de genocidio. En 2011, la clase media urbana
votó por Otto Pérez Molina, quien se comprometió a usar mano de hierro contra
los delincuentes.
En las áreas rurales de Guatemala, el populismo autoritario se alimenta de
la precariedad y la división producida por la contrainsurgencia y la democracia
neoliberal. La exclusión y el agravio son estructuralmente inevitables en un
sistema de "soberanía democratizada” creado por la descentralización multicultural
neoliberal que "faculta" a los Mayas rurales a gobernar su propia
marginación. Los populistas autoritarios catalogaron a los aldeanos como
impotentes, reforzando la violencia contrainsurgente, y prometieron el botín de
la corrupción a seguidores leales. También sacaron ventaja del reclamo
local de que los proyectos deberían ir a
los más necesitados, y de las críticas a las elites locales quienes monopolizan
los proyectos y el poder. El populismo autoritario ofreció alivio a los aldeanos excluidos por las redes del clientelismo
y las jerarquías de clase y el desarrollo. Inflamó estas divisiones y las
cosificó como el único foco de la política, mientras enmarcaba la desigualdad
nacional como inevitable. En la miseria de la violencia y las desiguales
privaciones, el populismo autoritario triunfa, a pesar de la profunda
ambivalencia hacia los candidatos y la falta de fe en su visión para un futuro.
Los Estados Unidos: Víctimas
blancas en una superpotencia imperial
El neoliberalismo en los EE. UU ha provocado la de-sindicalización, el
militarismo, rápidos incrementos en la
desigualdad económica y racial, y de la pobreza, el desempleo, la
infraestructura en ruinas, la deuda, la migración masiva desde América Latina y
la mayor crisis económica desde la Gran Depresión. La izquierda ha sido
destruida. La base para la improbable victoria de Trump fue establecida años
antes por el modelo dominante de la democracia estadounidense, cuyos elementos
principales consisten en: el nacionalismo obligatorio; la autocensura de los
medios corporativos; enfoque
judeocristiano de la cultura; narrativas históricas que enmarcan los
asentamientos coloniales y el imperialismo como la expansión de la libertad;
discursos de seguridad nacional (anticomunismo y antiterrorismo); racionalidad
del mercado y triunfalismo del mercado; narrativas de progreso racial y de
género; inclusión multicultural; un monopolio bipartidista hiperpartidario;
temas divisivos; RP y estrategias de medios dependientes en la recolección de
datos; cultura de celebridades; financiamiento privado (multimillonario);
criminalización de minorías raciales y movimientos radicales; fraude electoral
(supresión de votantes, manipulación arbitraria de distritos electorales); y el
colegio electoral.
Con el enemigo histórico de la derecha casi derrotado, la elección de un
presidente negro desencadenó una contra-reacción antiliberal que sacó provecho
de la larga reacción contra los derechos civiles y el feminismo, y la
frustración con el declive económico. Obama rescató a Wall Street, aprobó un
estímulo keynesiano inadecuado, abrazó las políticas de libre mercado y la
retórica de seguridad nacional, e ignoró los movimientos radicales. Los
conservadores lo demonizaron como antiestadounidense, enmarcaron sus reformas
moderadas como socialistas y lo culparon por la recesión. Make America Great
Again es un proyecto de clase multimillonario para desmantelar aún más el ya
debilitado poder del estado regulatorio / redistributivo y de los sindicatos en
relación con las corporaciones e individuos, y la influencia de las
instituciones y leyes internacionales sobre el imperio estadounidense; reducir
los impuestos y el gasto, y privatizar los bienes comunes; y hacer que estas
victorias sean permanentes. Sus exhortaciones populistas dirigidas a ciertos individuos o grupos promete utilizar
medios democráticos y antiliberales para conferirle poder a los blancos sobre
los no blancos, los ciudadanos sobre los inmigrantes, los hombres sobre las
mujeres, heterosexuales sobre LGTBQ, los saludables sobre los discapacitados y
los cristianos sobre los no cristianos. Quieren un retroceso total de los
limitados logros obtenidos por los movimientos por los derechos laborales y
civiles, el feminismo, el ecologismo, la soberanía tribal, el antimilitarismo,
el humanismo secular y los derechos humanos -todos los cuales son vistos como
amenazas para Estados Unidos, el crecimiento, la moralidad, la libertad, etc. El
apoyo para este proyecto se construye a través de acciones de intolerancia, y
promulgando una narrativa de victimización colectiva blanca, mientras se
minimizan las divisiones ideológicas, de género y de clase entre los blancos,
para extender la alianza entre corporativistas, nacionalistas blancos y
evangélicos, a amplios sectores del trabajador blanco y la clase media.
Trump trocó el multiculturalismo por la demagogia racial llana, mientras
persiguía una agenda conservadora estándar. El trumpismo desplaza los daños
sistémicos del imperialismo neoliberal hacia chivos expiatorios convenientes: liberales
políticamente correctos, el gobierno, otras razas y la frontera nacional,
mientras acelera la neoliberalización. Es una rebelión contra el gobierno "de los expertos, los tecnócratas que
son enemigos de clase cercanos a diferencia del distante uno por ciento".
Este populismo supremacista blanco también se extiende por América Central,
designando a las pandillas y migrantes como amenazas para los estadounidenses.
El trumpismo presagia un futuro de captura oligárquica de la democracia,
libertades civiles restringidas, expansión de la precariedad, polarización
social, extractivismo, destrucción ambiental y militarización. El llamado a
construir un muro normaliza la indiferencia ante el sufrimiento de los no
ciudadanos que son condenados a morir en parajes desolados, prefigurando un futuro
intenso de apartheid ecológico.
La permanente esperanza en la izquierda estadounidense es que Trump genere
una reacción contraria al neoliberalismo que aborde la injusticia social y
ambiental. Tales esperanzas se apoyan en el éxito de Bernie Sanders y de la sensación
de que el Trumpismo no era simplemente una orgía de racismo, sino que también
reflejaba un colapso en el consenso neoliberal, evidente en sus ataques al
libre comercio y promesas de preservar las protecciones sociales -carnada que
ha sido cambiada por veneno. El giro antineoliberal puede ser aprovechado por
la izquierda si los progresistas pueden superar las divisiones y poner en
marcha una alternativa concreta al neoliberalismo que atraiga a una amplia gama
de trabajadores. En un escenario más sombrío, los ultraconservadores mantienen
el poder a través de una combinación de métodos democráticos y antidemocráticos,
ayudados por la división, el corporativismo y la incoherencia de la izquierda.
Si bien su éxito no está garantizado, y su agenda carece de apoyo popular, ellos
tienen un dominio real sobre las instituciones democráticas, una capacidad
infinita para sacar provecho del caos, y una competencia singularmente inepta:
una Resistencia™ inclinada a restablecer el sistema anterior que nunca volverá
y que produjo a Trump.
Conclusión
La democracia neoliberal es a la vez un campo de antagonismos y un aparato
de regulación política que defiende las jerarquías nacionales e internacionales
y los intereses corporativos. En cada caso, la democracia neoliberal se
construye a partir de los materiales disponibles y de las distintas historias
de formación del estado y de clases para lograr efectos particulares de
gobierno al producir sujetos especificos, acciones, horizontes conceptuales y
repertorios de acción. En Guatemala, confía más en la corrupción y la
violencia, y más en los procedimientos legales y la hegemonía en los Estados
Unidos. A pesar de las diferencias significativas, esta comparación subraya
cómo el neoliberalismo avanza mediante la aniquilación del poder de la clase
trabajadora y cómo funciona a través del proceso democrático. En ambos casos,
el populismo autoritario se alimenta de la fragmentación, la incertidumbre y el
resentimiento y la falta de alternativas. El populismo autoritario genera
vehementes defensas del liberalismo, pero también da energía a concepciones
alternas de la democracia que desafían los cimientos violentos del orden
liberal y del mismo neoliberalismo. Solo este último es capaz de frenar la
marea creciente del fascismo.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
1 comentario:
mil gracias por traducir mi artículo!! voy a difundir en mis redes.
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