INTRODUCCIÓN
El golpe militar en Honduras que depuso al gobierno, democráticamente electo,
de Manuel Zelaya, más que ratificar las actitudes antidemocráticas y
reaccionarias de la oligarquía hondureña y centroamericana en general, evidenció de
nuevo, la postura intervencionista de los Estados Unidos en la región centroamericana
que sigue considerándola, al igual que al resto de Latinoamérica como su “patio
trasero” y en donde tras la llegada al poder de gobiernos considerados como de
izquierda contrarios a sus intereses hegemónicos se hace necesario, después de
un lapso causado por el intervencionismo norteamericano en otras regiones del
planeta, establecer de nuevo su posición dominante en la región. En este contexto y
como lo reporta Counterpunch, la embajadora de EE.UU. en Honduras, Lisa
Kubiske, comentó que la disminución del
compromiso de EE.UU. en Medio Oriente significa que las Fuerzas Armadas de EE.UU.
pueden aumentar su actividad en Centroamérica, un escenario que ya comienza
a tener lugar. No es cierto que Estados Unidos haya abandonado o descuidado,
militarmente hablando a la región, pues el plan Colombia que se inició bajo la
administración de Bill Clinton y el Plan Mérida en México, bajo la administración
de G.W Bush, demuestran lo contrario. Aunque ciertamente su poder de influencia en
los asuntos internos de algunos países latinoamericanos ha disminuido, su poder
continúa estando presente y se manifiesta de diferentes maneras. Los eventos en Honduras y mas recientemente en Paraguay así lo demuestran. En Centroamérica, con la sola excepción, quizás, de
Nicaragua, (recientemente el gobierno de Ortega se vio obligado a retirar a un
grupo de militares de ese país que estaban recibiendo adiestramiento militar en
la tristemente célebre Escuela de la Américas) todos los países del área siguen
siendo o forman parte de los planes militaristas e injerencista de Washington
para la región, ahora bajo el pretexto del combate contra las drogas. No es de extrañar
entonces la presencia de tropas estadounidenses en Guatemala Honduras y Costa Rica, todo esto está
concebido dentro de las estrategias de dominación regional de Washington y para
ello cuenta con la colaboración de gobiernos como el de Otto Pérez Molina a
quien un reportaje en Rebelión
define como (…) personalidad violenta pero pulida, Pérez Molina está proyectando
rápidamente un liderazgo regional mediante declaraciones que parecen enfrentar
la política de EE.UU., como que las tropas guatemaltecas son capaces de librar
la lucha contra las drogas y que no se propone solicitar apoyo de soldados
estadounidenses…. Pérez Molina es un político avezado y puede ganar mucho
capital político sí parece que estuviera cuestionando a EE.UU. en
Latinoamérica, especialmente en la política contra la droga. El Eje México-Guatemala-Colombia,
crea un bloque “independiente” latinoamericano para favorecer los
intereses del Norte. LaQnadlSol.
AMÉRICA CENTRAL: LA OPCIÓN
POR LAS
SOLUCIONES DE FUERZA
Por Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Septiembre 7, 2012
Impenitentes, los grupos dominantes de América Central no aprenden las
lecciones y, una vez más, abren las puertas del peligroso camino de las
soluciones de fuerza: ese que tantas vidas segó en décadas pasadas y cuyo
legado se niega a abandonar estas tierras.
Atrapada entre dinámicas geopolíticas que tienen a México y Colombia como
epicentros, y al crimen organizado y al narcotráfico como justificaciones,
América Central ha conocido en los últimos años un aumento de la presencia
militar de los Estados Unidos y de su carácter intervencionista: quizás sin los
gestos de fuerza del pasado, pero con mayor eficacia en su penetración. Así lo
confirma, por ejemplo, la presencia de 172 marines estadounidenses en
Guatemala, desde mediados de agosto de este año y hasta por cuatro meses más,
al amparo de una operación multinacional contra el narcotráfico (Operación
Martillo); o bien, el otorgamiento, en 2010, de un permiso por parte del
gobierno y la Asamblea Legislativa de Costa Rica para el eventual atraque en
puertos nacionales de 46 buques de guerra, 200 helicópteros y hasta 7 mil
marines.
Este movimiento estratégico norteamericano, que tiene que ver tanto con
cuestiones de la llamada “seguridad nacional”, como con la afirmación de su
hegemonía en la región en tiempos de crisis, tiene en la permisividad de la
clase política y en el avance de la “cultura del Estado fallido”, a sus
principales aliados. Una entente cordiale que se expresa ya en peligrosas tendencias de alcance regional,
con importantes implicaciones para las dinámicas sociales y políticas en
América Central.
Una de ellas, quizás la de mayor repercusión internacional, es la del
debilitamiento de las ya de por sí frágiles democracias e instituciones de
nuestros países, a partir del golpe de Estado en Honduras en 2009 (bendecido
por la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa), toda vez que aquel fue
también un golpe contra las posibilidades de ejercer gobierno deslindándose de
las tradicionales oligarquías y, al mismo tiempo, de articular nuevas relaciones
con los procesos políticos de América del Sur (recuérdese que, por entonces,
Honduras se había sumado a Nicaragua como miembros del ALBA; Guatemala y El
Salvador participaban de Petrocaribe, y el gobierno de Costa Rica gestionaba su
inclusión a este mecanismo).
Con apoyos explícitos para los golpistas hondureños desde Guatemala, El
Salvador y hasta Costa Rica, aquel hecho envalentonó a una derecha
centroamericana hasta entonces asustada por los avances de las izquierdas y
fuerzas progresistas, y apuntaló la presencia militar estadounidense, otra vez,
como gendarme: algo que quedó claro con la instalación de una nueva base en
Islas de la Bahía.
Otra tendencia es el aumento del gasto militar, espoleado por la guerra
contra el narcotráfico: según datos del Atlas Comparativo de Defensa de América
Latina y el Caribe, entre 2006 y 2010, los presupuestos de defensa aumentaron
de $106 millones a $133 millones en El Salvador; de $63 millones a $ 172
millones en Honduras; y de $134 millones a $160 millones en Guatemala. Un
insulto al sentido común y las necesidades de sociedades que viven bajo
inaceptables condiciones de desigualdad en la distribución de la riqueza.
A lo anterior se deben sumar distintas iniciativas que se han planteado en
los últimos meses, y que apuntan a la creación de “grupos especiales”
-militares y policiales-, como la Fuerza de Tarea Tecún Umán en Guatemala o el
cuerpo de élite “Tigres” en Honduras. Sin embargo, como lo demuestra la
historia, este tipo de organizaciones, apoyadas y entrenadas por ejércitos
extranjeros (especialmente de los Estados Unidos), aunque se presenten a la
opinión pública como respuesta a los problemas causados por los cárteles del
narcotráfico y el crimen organizado, en la práctica, terminan siendo
instrumentos de represión social y de la criminalización de movimientos
sociales, activistas o pueblos indígenas, tal y como lo hemos visto este año en
Panamá, Guatemala y Honduras.
Impenitentes, los grupos dominantes de América Central no aprenden las
lecciones y, una vez más, abren las puertas del
peligroso camino de las
soluciones de fuerza: ese que tantas vidas segó en décadas pasadas y cuyo
legado se niega a abandonar estas tierras.
Publicado por LaQnadlSol
CT.,USA
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