INTRODUCCIÓN
Quien nunca ha estado viviendo forzadamente
fuera de su país -sin posibilidades de volver- ignora uno de los más atroces
sufrimientos que puede experimentar un ser humano. No es lo mismo coger
cualquier camino del mundo como refugiado económico o como exiliado político.
En el primero las razones son la necesidad de empleo para una vida mejor. En el
segundo se huye para que no te maten, endosándole también de manera inevitable
el aspecto económico. La pena es doble. Son pocos los que animan a regresar y
cuando lo hacen es un acto autoinmolación por el estar ausente de la Patria y
de la familia terminando matando más que el mismo destierro. La vida o
“realización” del exiliado en tierra extraña es solo aparente: siempre será un
extraño, uno de fuera, un advenedizo. Y si tú lo olvidas, alguien por allí,
pleno de nacionalidad y nacionalismo; te lo hará saber. Y te recordará que todo
lo que tienes allí, en esa patria de acogida, es prestado. Ese mató a nuestro
poeta en Marsella, donde tenía por noble y leal amigo -como su segundo apellido, Leal- a un perrito
llamado Moustiq. Ambos eran socios en asuntos de desperdicios, de la basura.
Ambos tuvieron que comer lo que los desenfadados franceses tiraban en su
consumismo occidental. E iba nuestro querido, incomparable y recordado poeta
del mundo de los tachos de basura y la electricidad a dar una clase de
dramaturgia o dirigir un taller de poesía en una de tantas universidades
francesas donde lo invitaban y lo apreciaban. Nadie sabía de sus profundas
penas materiales. Me temo que murió de abandono, en tanto los canallas, sus
enemigos a muerte y los envidiosos de su genio literario sonreían al enterarse
de su muerte. Muchos lo lloramos y lo
seguimos queriendo. Está siempre aquí, inmediato, calientito, reconfortando
nuestro corazón y comprendiéndonos en nuestras mezquindades. Que gran poeta era
este hombre y tan monumental era la envidia corrosiva que despertaba por su
talento. Una antología poética editada por la editorial universitaria de la
Universidad de San Carlos, lo hace aparecer de último (y no por orden de
aparición sino de desaparición), consignando en una brevísima nota biográfica
lo siguiente: Periodista. La verdad
es que él valía por todos los académicos en letras juntos. Pero así es este
país: cundido de mediocres que invisibilizan los méritos de los demás. Por eso
la anécdota de la olla de cangrejos. Y como Manuel José está en el paraíso -o con unos demonios rebuena gentes- hasta allá va mi abrazo solidario, mi
admiración y mi cariño. Luciano Castro
Barillas.
MANUEL JOSÉ Y EL EXILIO
Mi solidaridad con Domingo Hernández Ixcoy bajo acoso represivo.
Por Miguel Ángel Sandoval
Septiembre 20, 2012
Escribir sobre un poeta puede ser visto como algo innecesario, o quizás
reprobable, por quienes ahora dicen que los poetas tienen la culpa de todo lo
que ha pasado en Guatemala y que hay que dar las gracias a los militares por
poder hablar y no a los poetas. Pero no es mi intención detenerme en esa
especie de polémica que por lo demás no llega a serlo. La verdad monda y
lironda, es que muchos poetas y escritores fueron asesinados en la guerra por
hablar, por decir lo que sucedía, por dejar constancia de la barbarie, y por
ello fueron asesinados o desaparecidos. La lista es larga.
Otros, buscaron el exilio como una forma de salvar la vida y dentro de
ellos está Manuel José. Y sobre el exilio escribió un verso fundamental: al
decir que “el exilio es como una cárcel al revés/uno está preso/no porque no
pueda salir/sino porque no puede entrar”. Hoy se presenta en el Paraninfo
Universitario un documental sobre la vida de Manuel José dedicada al exilio de
trabajos casi forzados que el poeta tuvo que hacer, pues su regreso al país
significaba morir en manos de los que desfilaron hace unos días y que
alegremente negaron que los poetas tuvieran en nuestro país alguna relevancia.
El filme nos da una mirada balanceada sobre la vida que llevó Manuel José
en el sur de Francia, ante la imposibilidad de vivir en Guatemala en los años
más duros del conflicto armado. Siete oficios, mil usos, recogedor de basura,
dramaturgo y poeta, es lo que marca los años del exilio, donde escribe versos
que era imposible escribir y decir en Guatemala en los años del genocidio. Así
escribió: General/no importa cual/para ser general /como usted general/hay una
condición fundamental/ ser un hijo de puta/ general. Es obvio que solo tenía
dos caminos: la muerte o el exilio. Un poema como el general, de plano que no
iba a gustar al general genocida en el poder.
Lúcido como era, Manuel José Arce había afirmado: “Ahora están de malas los
poetas” al escribir a escondidas evitando la represión y cuando se refería al
sacrificio de Otto René Castillo, asesinado y quemado vivo en Zacapa, o Roberto
Obregón, desaparecido en la frontera entre Guatemala y El Salvador. Por ello y
por muchas razones más, entre las cuales la lucha contra el olvido y por la
recuperación de la memoria, se estrena hoy a las 18:30 en el Paraninfo
Universitario el filme El Arcenal de un escribiente, dirigido por
Roberto Díaz Gomar. Asistan. Vale la pena.
MI AMISTAD CON “EL
ESCRIBIENTE”
Por Margarita Carrera
Septiembre 20, 2012
Por la década de 1970, Manuel José Arce estaba en lo mejor de su profesión
como escritor y poeta. Él dirigía, por entonces, la Editorial Universitaria,
mientras que yo era jefe de Relaciones Públicas, ambos en la Universidad de San
Carlos. Nuestras oficinas estaban en la Rectoría. Teníamos una gran amistad. Él
acostumbraba ir a conversar conmigo aquellos ratos en que podía. Mi oficina era
grande y muy grata por lo menos en los primeros años de esa década— cuando aún
no se había intensificado la persecución política, como sucedió poco después.
En ese entonces, Manuel José escribía una columna todos los días en el
periódico El Gráfico (que desapareció poco después de la muerte de Jorge
Carpio, director del mismo). La columna se llamaba Diario de un escribiente y
era sensacional.
Manuel acababa de publicar su poemario Los episodios de un vagón de carga,
en el cual reunía lo que él llamaba “anti-pop-emas”. Con este había obtenido el
Primer Premio Poesía Juegos Florales de Centroamérica y Panamá. Quetzaltenango,
1962. Como poeta clásico que era, manejaba la métrica a la perfección: “Me
están doliendo los días / que se me pasan sin verte: / no verte es como una
muerte / con muchas más agonías…”.
Lo mismo que su poesía, el tema preferido de su conversación era el amor.
Pero no de una sola mujer. Dejaba de amar a una y empezaba a amar a otra. No
era fiel, se le iban los ojos por todas las mujeres bellas. Y ellas caían bajo
su hechizo. Menos mal que ni él se enamoró de mí, ni yo de él. Pero nuestra
amistad era honda, aunque casi siempre, por no decir siempre, yo no hablaba, me
limitaba a escucharlo.
¿Cuándo fue el centenario de la Academia Mexicana de la Lengua? Lo cierto
es que los dos fuimos invitados por pertenecer a la Academia Guatemalteca de la
Lengua. Ambos llevamos nuestras “ponencias”: Manuel con una capa bella que
había sido de su padre; yo, con un abrigo de piel “Mariano Riva” —lo mejor de
aquel entonces—. Él, por su lado, yo por el mío, lo cierto es que trabajábamos
y nos divertíamos de lo lindo. La gentileza de los mexicanos no tiene límites. Aquella
semana vivimos en un paraíso. Como era muy guapo, las mujeres se enamoraban de
él: “Amor, si fueras aire y respirarte. / Y si fueras sombra para no perderte /
O si fueras camino y caminarte…”.
En la dedicatoria de este poemario, y con tinta verde, me escribió:
“Margarita ¿qué nos está pasando que tú y yo somos cada vez más niños y más
alegres? Pasan los años y los gastamos y los tiramos a la basura. Pero nos
quedamos igual. Creo que es porque eres poeta y porque soy el más tonto de tus
hermanos. Como sorpresa de esta Piñata de hoy. Manuel José Arce. 1o.- VI-71”.
En 1980, la Real Academia Española me invitó a Madrid —por cuatro meses—
para ir a trabajar con ella y aportar guatemaltequismos y otros quehaceres.
Manuel José estaba en París, a donde había ido a vivir por su exilio.
Necesitaba hablar con alguien, por lo que casi todos los días me llamaba por
teléfono. Yo también me sentía sola; era un alivio platicar con él.
En mayo de 1980 hubo un congreso de escritores latinoamericanos en La
Sorbona. Él me lo comunicó y yo dispuse ir. Nos encontramos allá. Fuimos a
tomar un vino pero, luego, nos vimos muy poco. Él estaba muy delgado y pálido.
Supe que su amada, una francesa, lo había abandonado y echado de su casa. Sus
condiciones económicas no eran de lo mejor.
En junio de 1980 regresé a Guatemala y ya no lo volví a ver. Con el tiempo,
supe que estaba muy enfermo, luego me llegó la noticia de su muerte. Pero para
mí aún está vivo. Basta abrir uno de sus libros de poesía y leer un poema. Me
parece que el Ministerio de Cultura está rescatando toda su obra.
Delia Quiñónez escribió: “Arce, el que buceó en los recodos de la palabra:
poesía, teatro, ensayo y novela… fue pleno y encontró que su palabra se
desdoblaba en muchas voces. Que se multiplicaba y rompía barreras…”.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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