INTRODUCCIÓN
Las viejas prácticas, las viejas costumbres
cuesta que mueran. No importa que se hayan firmado los Acuerdos de Paz que
pusieron fin a 36 años de conflicto armado interno que supuestamente iba
a encaminar a Guatemala por la senda del progreso y la democracia. No ha sido
así. Y aunque han dado leves avances en algunos aspectos, las condiciones
sociales y económicas que propiciaron el conflicto armado siguen presentes,
como también siguen presentes los viejos argumentos que la recalcitrante
extrema derecha guatemalteca ha utilizado para deslegitimizar, de paso
criminalizar; los justos reclamos de los sectores populares cada vez más
empobrecidos por la inoperancia de un sistema político que se ocupa más de servir
a los interese del gran capital foráneo y local, que de subsanar aunque se a
medias los acuciantes problemas de salud, educación, vivienda y trabajo que
padece la mayoría del pueblo de Guatemala. Sectores de la derecha guatemalteca,
que no se han desmovilizado y que creen, con el auxilio de mentes iluminadas
del extranjero, que el genocidio no existió; siguen pensando seriamente que la
única manera de acabar con los focos de descontento popular es por medio del
garrote y las balas. Por eso no extraña que el presidente Otto Pérez Molina
ante el levantamiento popular en Santa Cruz Barillas no haya vacilado en decir: “No son del casco urbano, son maleantes de
las aldeas”. “Están relacionados con narcos que no quieren un destacamento
militar”. “Están
manipulados por organizaciones extranjeras que se oponen al desarrollo y que
serán expulsadas del país”. Manipulados por organizaciones
extranjeras, así de sencillo, como en los viejos tiempos. Nada ha cambiado en
Guatemala, pues se siguen criminalizando las luchas de los pobres, que se
cuentan entre los más de 4 millones que votaron en contra de sus propios
intereses, es decir por los partidos de derecha y sus promesas de seguridad -
mano dura – y bienestar, contra 150,000 desarrapados, hambrientos y manipulados
que votaron por las organizaciones revolucionarias. Marvin
Najarro
LOS MANIPULADOS
Por Luciano Castro Barillas.
A partir del incremento de las demandas
sociales en Guatemala en el área rural, en pequeños poblados y ciudades, las
personas que tradicionalmente han detentado el poder político y económico
emiten criterios descalificativos de esos enormes contingentes humanos que
organizados en diversas instancias populares tales como ligas campesinas y
sindicatos de empleados públicos (pues los de las empresas privadas solo
existen formalmente y están inhibidos de la lucha reivindicativa por la amenaza
de despido), principalmente, reclaman
sus derechos postergados una y otra vez en inútiles mesas de diálogo donde los
politiqueros tartamudean promesas y lugar en el que los sectores poderosos le
apuestan al inmovilismo social, político y económico, negando toda posibilidad de solución a la
infinitud de urgentes necesidades, algunas acuciantes, que afligen la vida
diaria de la multitud de trabajadores de este país sometido en los últimos
decenios a las peores condiciones de vida. El comportamiento de los salarios,
por ejemplo, ante el consumo, redujo
significativamente la calidad de vida de los guatemaltecos que ahora tienen
dificultad para pagar o no pagar la renta de vivienda en constante crecimiento
y sin control alguno de parte del Estado para proteger a los arrendatarios de
la voracidad de los casatenientes, por cierto, negocio de altos réditos en un
país con un altísimo déficit de viviendas. Lo mismo sucede con los alimentos,
siempre escasos, no por insuficiencia en la producción agrícola de cereales,
leguminosas y verduras, sino porque la gran mayoría de guatemaltecos no las
pueden comprar. La carne se ha vuelto un artículo prohibitivo: ronda
actualmente los 24 quetzales, o sea los 3 dólares, un precio excesivamente alto
para un obrero de maquila que devengan un salario mensual de 1,500 quetzales.
Pero en el campo la pauperización es dramática, desesperada, conmovedora e
inquietante. El arrendamiento de tierra está igualmente caro y el único apoyo
que da el Estado a los pequeños agricultores, que son realmente los
responsables de alimentar a 14 millones de guatemaltecos; es de dos sacos de
fertilizantes subsidiados al precio de 25 quetzales por saco, lo cual es un
pequeño respiro para los campesinos pobres que no están en capacidad de pagar 300 quetzales, que es el precio de este
insumo en las prósperas despensas agrícolas particulares. Pero, por si esto
fuera poco, a la pesadumbre de los guatemaltecos se le suma el altísimo costo
de los servicios médicos, de un gremio compenetrado en el lucro (incluso los
médicos que tuvieron la oportunidad de estudiar becados en Cuba y que obviaron
el compromiso solidario de la
Revolución ). El servicio de salud es tan precario en dotación
de medicamentos y médicos que ocupa el último lugar en América Latina junto a
Haití, al punto que muchos vecinos de los departamentos fronterizos con El
Salvador como Jutiapa y Chiquimula
acuden a los nosocomios salvadoreños para tener la oportunidad de recibir un
tratamiento digno. El sistema educativo guatemalteco igualmente es un desastre:
ocupamos en mediocridad o mala enseñanza el subcampeonato a nivel continental,
acompañados como siempre del país caribeño en mención, el más pobre del continente
americano, dicho sea de paso. Y hoy que se hace urgente una reforma rural
porque el sistema no da para más y que la economía del campo necesita un fuerte
respaldo del Estado para salir adelante, los de siempre, los caciques
empresariales conchabados en CACIF salen con la cantilena de siempre: que el
Estado no debe estar despilfarrando recursos, que hay que superar la aberración
político-sociológica del Estado Protector, claro, cuando este obligación es con
los pobres; más no cuando ellos (tal el caso de los exportadores de café)
lloriqueaban a los cuatro vientos por apoyo del Estado para poder salir
adelante y salvar “las exportaciones nacionales”, ya no a ellos como
exportadores. Este empresariado antipatriótico sí que sabe hacer negocios con
el Estado, con el dinero público: le vende suministros a precios
sobrevalorados, seguramente como pago de financiación política.
Ahora bien, tras la mención sucinta de tantos
hechos negativos en el país, es muy lógico entender el porqué de las
movilizaciones humanas todos los días de la semana y los 365 del año. Del
porqué las personas al no ser escuchadas en sus reclamos, en sus
reivindicaciones, hacen plantones en las carreteras obstruyendo el tránsito,
queman neumáticos que contaminan el ambiente, dejan de laborar -como medida de presión- en recurrentes huelgas y marchan por pueblos
y ciudades insatisfechos con un sistema político y social que no les ha dado
nada por generaciones. La violencia no tiene otra explicación que ésta y nunca
se solucionará con políticas de seguridad militar y policíaca, porque la razón
de ser son las profundas insatisfacciones sociales. Ante esta
contramovilización de los oligarcas detentadores del poder tradicional ante la
lucha popular, apelan delirantes esta cohorte de desgraciados al actual poder
militar para que reprima y reparta tundas -en el mejor de los casos- a los
trabajadores organizados, acudiendo también a los argumentos sobados e insulsos
de siempre: que las personas humildes de este país que luchan por sus derechos están
siendo manipuladas por grupos
subversivos internacionales. ¿Se recuerda usted de ese tipo argumentos durante
el conflicto armado? Si, de que eran unos canchitos
(extranjeros) los que hacían la guerra y no los pueblos indígenas? Y este
argumento reaccionario nacido de la inteligencia militar, da la casualidad,
está siendo resucitado hoy que un general preside el gobierno, hoy que se
militariza el país para proteger los intereses de los grandes inversionistas.
Resulta, pues, que los trabajadores no
tienen cerebro y por lo tanto carecen de discernimiento, es decir, están
siendo manipulados por guatemaltecos “vividores” de la solidaridad
internacional y por pícaros sujetos, extranjeros y nacionales.
¿Hacia dónde vamos, es la pregunta? Creo, sin
estar inclinado a la futurología, que al desastre social y político sin
paliativos, el que se columbra a no mucha distancia. Y mal por los ciegos que
no lo quieren ver, quienes desde hace ya muchos años están labrando una estaca
muy puntiaguda, como la punta de una bayoneta, que sirven para todo; menos para
sentarse en ellas, tal lo dijera hace muchos Napoleón Bonaparte, como resultado
de experimentarlo en su propio pellejo después de la batalla de Waterloo.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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