INTRODUCCIÓN
James Holmes, el presunto gatillero, se había comparado el mismo al Guasón
(The Joker) el súper villano de las series de Batman. Metódicamente y a los
pocos minutos de haber empezado la exhibición del filme, el jueves pasado a
media noche, entró al teatro vestido con traje completo antibalas,
casco y mascara antigases. Holmes accionó dos granadas lacrimógenas y luego procedió
a rociar con balas a la aterrorizada audiencia. Una escopeta 12, una pistola
0.40 Glock y un rifle de asalto semiautomático fueron las armas del Joker de Denver que dejó 12
personas muerta y 50 heridas. James Holmes, el neurocientifico de la
Universidad de Colorado, es el último personaje entre una serie de asesinos en
serie norteamericanos que hizo vivir en carne propia los horrores de la muerte
violenta a un público acostumbrado a verla fluir desde lugares muy distantes (en
la comodidad de sus hogares) a través de las pantallas de sus televisores y
ordenadores. Holmes no encaja dentro de
los patrones que definen, según los prejuicios de la sociedad estadounidense, al
clásico terrorista musulmán, como tampoco, al sicario del narcotráfico en
Sudamérica. Pero si es parte de una sociedad la cual criminaliza y degrada a
comunidades enteras sobre la base del color de la piel y del bajo estatus
económico. Individuos enfermos son el producto de una sociedad enferma.
Trágicamente, algunos de los que asistían al estreno de la última película
de Batman, The Dark Knight Rises, pensaron inicialmente, que se trataba de un
ardid promocional del filme. Marvin Najarro.
BATMAN CONTRA JAMES HOLMES
James Holmes aparece en corte
Koldo Campos Sagaseta
Nadie se explica en Estados Unidos cómo ha podido ocurrir, cómo ha sido
posible que Batman no llegara a tiempo de evitarlo, pero lo cierto es que hasta
el propio héroe enmascarado, sorprendido el día de su estreno, fue incapaz de
reaccionar. Tal vez esperaba otra clase de enemigo. Tampoco es la primera vez
que se equivoca. James Holmes sólo es el último nombre de una extensa nómina de
asesinos blancos e irreprochables apellidos, que no tuvo que eludir ningún
control de seguridad para entrar en Estados Unidos y perpetrar su matanza,
porque ya estaba dentro, porque siempre estuvo dentro, tan americano como
Batman.
James Holmes, el joven estadounidense que ayer asesinó a balazos a catorce
personas en un cine de Denver, durante el estreno de la última entrega de
Batman, no procedía de Yemen o de Afganistán, sino de Tennessee.
Tampoco profesaba la religión musulmana, ni hinduista, ni se dedicaba a los
cultos satánicos. Holmes era feligrés de la iglesia protestante. No vestía
babuchas ni se ponía turbantes, sino los clásicos “jins” y las típicas gorras
con emblemas deportivos. No sintonizaba el canal de Al Yacerá, sino la CNN.
No comía quipes, titiles o dátiles, sino hamburguesas, sanwichs y patatas
fritas. No bebía té, sino Coca-Cola. No calzaba sandalias, sino zapatillas
deportivas. No celebraba el ramadán, ni el año nuevo chino, sino el 4 de julio.
No leía el Corán, sino el Washington Post. No fue estudiante meritorio de
ninguna madraza talibana o escuela coránica, sino de una simple y común
universidad estadounidense. No era miembro de Al Qaeda o de la Yihad islámica,
sino de un club de cine local.
En el pasado no había peregrinado a La Meca o se había bañado en el Ganges.
En todo caso, Holmes había realizado algunas excursiones al monte como
boy-scout.
Tampoco lo detuvo el escáner de ningún aeropuerto, ni ninguna de las
sofisticadas medidas de seguridad de las que disponen los Estados Unidos para
detectar terroristas extranjeros porque James Holmes es estadounidense y
adquirió sus armas en una de las tantas armerías que en su enajenada sociedad
ponen en manos de cualquier patriota toda clase de explosivos.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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