El día jueves, en un fallo histórico emitido por
los tribunales de justicia de Argentina, el ex dictador Jorge Rafael Videla,
quien había asumido el poder tras un golpe de Estado contra el gobierno de
Isabel Perón, en 1976, fue sentenciado a 50 años de prisión por los delitos de
sustracción, retención y ocultamiento de menores de edad y por la supresión de
su identidad. En lo que se considera como un programa sistemático diseñado por
la junta militar argentina para el robo de niños recién nacidos de mujeres
embarazadas quienes habían sido secuestradas, torturadas y mantenidas en
prisiones militares el tiempo necesario mientras daban a luz. Y, quienes luego después
serian ejecutadas o lanzadas en cadenas al mar desde aviones militares en los fatídicos
“vuelos de la muerte”. Según el grupo defensor de los derechos humanos, Madres
de la Plaza de Mayo, aproximadamente 500 niños recién nacidos
fueron secuestrados y entregados a familias de militares o depositados en
orfanatorios.
EL DEMONIO QUE
COSECHABA NIÑOS
Jorge Rafael Videla ( 1979)
Por Marvin
Najarro
Escondido en su elegante estilo y sus trajes de vestir ingleses hechos a la
medida, se ocultaba un diabólico ser: Rafael Videla. El general que
comandó el golpe militar que depuso al inefectivo gobierno argentino de
Isabel Perón, el 24 de marzo de 1976, se daba ínfulas de un gran teorista en
guerra contrainsurgente, proponiendo el uso ingenioso de las palabras como
también formas imaginativas de asesinato y tortura. Fue dentro de ese diabólico
esquema de proceder que se ejecutó uno de los más despiadados actos de
deshumanización que tuvo lugar durante el periodo de la guerra sucia en
Argentina: el robo de infantes. Videla fue acusado de permitir y ocultar el
plan mediante el cual los infantes eran literalmente cosechados de mujeres
embarazadas quienes fueron mantenidas con vida en prisiones militares lo
suficiente como para dar a luz. Posteriormente y, en algunos casos después de
operaciones de cesaria de media noche, los niños recién nacidos eran
arrebatados de las manos de las nuevas madres y entregados a familias militares
o enviados a orfanatorios. Después de perpetrada esa inhumana acción, las
madres eran trasladadas a otros lugares en donde luego serían ejecutadas.
Algunas fueron puestas a bordo de aviones militares, en los infames “vuelos de
la muerte,” desde donde, encadenadas a otros prisioneros, eran arrojadas
al mar. La idea de dar los niños a oficiales militares de derecha era parte de
toda la teoría militar argentina de como erradicar el pensamiento subversivo de
izquierda.
Según datos de la organización humanitaria, Madres de la Plaza de Mayo, se
estima que unos 500 infantes fueron robados por los militares durante los años
de la represión de 1976 a 1983. En total se considera que entre 13,000 a 30,000
argentinos fueron asesinados, desaparecidos, enterrados en fosas comunes o
arrojados desde aviones sobre el Atlántico durante la guerra sucia. Jorge
Rafael Videla, el elegante general maníaco, creía que no importaba el número de
personas que deberían morir con tal de tener seguridad en Argentina, así lo
declaró en 1975, en apoyo de uno de los escuadrones de la muerte, conocido
como; la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Aunque los grupos
armados de izquierda habían sido resquebrajados al momento del golpe militar,
los generales no dieron tregua y organizaron una amplia campaña
contrainsurgente destinada a barrer con los residuos de lo que ellos
consideraban subversión política. Videla llamó a esto, “el proceso de
reorganización nacional", planeado para restablecer el orden a la vez que
se inculcaba la animosidad hacia todo aquello que tuviera que ver con el
pensamiento de izquierda. “El objetivo del Proceso es la profunda
transformación de la consciencia", anunciaba Videla.
A la par del terror selectivo, Videla hacía uso de sofisticados métodos de
relaciones públicas, le fascinaban las técnicas del uso del lenguaje para el
manejo de la percepción popular de la realidad, al grado de patrocinar
conferencias internacionales sobre Relaciones Públicas y otorgarle a la
gigantesca firma estadounidense, Burson Marsteller, un contrato por un millón
de dólares. Siguiendo al pie de la letra las indicaciones de Burson Marsteller,
el gobierno de Videla puso especial énfasis en cultivar reporteros de las
publicaciones elite de Estados Unidos. “El terrorismo no es la única noticia de
Argentina, tampoco es la de mayor importancia", anunciaba el mensaje
optimista de una campaña de relaciones públicas.
Dado a que los encarcelamiento y ejecuciones de disidentes rara vez eran
reconocidos, Videla sentía que podía negar la participación del gobierno,
dándole al mundo la escalofriante nueva frase, “los desaparecidos". Muchas
veces sugirió que los argentinos, de paradero desconocido, no estaban muertos,
simple y sencillamente se habían marchado a otros países en donde vivían
cómodamente. “Enfáticamente niego la existencia de campos de concentración en
Argentina o de establecimientos en los cuales la gente es detenida por mucho
más tiempo de lo absolutamente necesario en esta… batalla e contra la
subversión", le dijo a un periodista británico en 1977. En un contexto más
amplio, Videla y los otros generales consideraban su misión, como una cruzada,
para defender la Civilización Occidental de la amenaza del comunismo
internacional, trabajando muy cercanamente en dicho cometido con la Liga
Anticomunista Mundial, basada en Asia, y su afiliada en Latinoamérica, la
Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL).
¿Y en todo este diabólico esquema que papel jugo Estados Unidos,
especialmente la administración de Ronald Reagan?
A pesar de que el gobierno de los EE.UU. estaba plenamente consciente de
las atrocidades cometidas por la junta militar argentina, las cuales habían
sido condenadas públicamente por la administración de Jimmy Carter, en los años
70, estos neonazis argentinos fueron efusivamente apoyados por Ronald Reagan,
tanto en su papel de comentarista político, a finales de los 70 y como
presidente cuando llegó al poder en 1981. Cuando la coordinadora de los
derechos humanos del presidente Carter, Patricia Derian, reconvino a la junta
militar argentina por su brutalidad. Reagan haciendo uso de su columna
periodística, la emprendió contra ella, sugiriendo que Derian debería “caminar
una milla en los mocasines de los generales antes de criticarlos".
Elliott Abrams, entonces secretario de Estado para Asuntos
Latinoamericanos, en testimonio via videoconferencia desde Washington,
declaró haber urgido a Reynaldo Bignone, a que revelara la identidad de
los niños secuestrados, en momentos en que Argentina empezaba la transición
hacia la democracia en 1983. Abrams, dijo que la administración de Reagan
“sabía que no eran únicamente uno o dos niños", indicando que oficiales de
Estados Unidos creían que existía un plan de alto nivel, “ya que mucha gente
estaba siendo asesinada o encarcelada". Aun así, ante tanta atrocidad,
Reagan prefirió poner una cara alegre colmando de alabanzas de gratitud a los
generales de la junta argentina. Reagan entendió el papel central de los
generales argentinos en la cruzada anticomunista que estaba convirtiendo a
Latinoamérica en una pesadilla represiva de dantescas proporciones. Los líderes
de la junta argentina se vieron a sí mismos como los pioneros en técnicas de
tortura y operaciones psicológicas, compartiendo sus experiencias con otras
dictaduras militares de la región.
Pero parecía que las buenas relaciones de los generales argentinos con la
administración de Ronald Reagan estaban a punto de experimentar un cambio
brusco. Confiados los generales, llegaron a creer que contarían con el apoyo de
la administración Reagan en sus planes de invadir las Malvinas. Pero para su
sorpresa, Washington (no sin antes agasajar a los incautos generales con una
elegante cena de estado en Washington a la que asistió la nefasta Jeane Kirkpatrick)
decidió aliarse con el gobierno británico de la también terrorífica, Margaret
Thacher, alianza que al final de cuentas terminaría con la dictadura militar
argentina. Fue aparentemente durante ese período de tiempo que Abrams
habló con Bignone sobre la identificación de los niños que habían sido
arrebatados de sus madres y entregados al personal militar.
En una de esas extrañas, pero a la vez recurrentes ironías de la
vida, Elliott Abrams -parte del círculo de allegados del presidente Reagan-
sería quien con su testimonio, se encargó de ponerle fin a la libertad de
Videla y enviarlo a donde corresponde, a las puertas del infierno a donde
pertenecen esas almas, engendros del mal.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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