El catecismo de la
moderación a ultranza persigue estigmatizar cualquier rebelión o grito
colectivo que desmitifique o ponga en solfa la visión oficial de la sociedad
que habitamos.
Sin embargo, no son
sinónimos radicalismo y extremismo. Extremista es aquél que pretende imponer
sus criterios de cualquier manera y por cualquier medio. Radical, por el
contrario, tiene que ver más bien con un método de análisis que busca la verdad
dinámica de los conflictos yendo a la raíz del suceso o acontecimiento
estudiado, adoptando, a veces, programas de acción política pública.
RADICALES Y EXTREMISTAS,
MUNDOS ANTAGÓNICOS
Por Armando B. Ginés
La apariencia es el universo de la derecha, de la
ideología dominante, la que da forma a la sociedad en la que vivimos. La perspectiva hegemónica o común se
va cociendo lentamente y nutriendo de valores de clase cristalizando en un
cuerpo doctrinal plagado de respuestas estereotipadas que dan la sensación de
estar ahí, al alcance de la mano, desde siempre. La tradición y la costumbre
condicionan el pensamiento alternativo o crítico, siendo las palabras y el
vocabulario de uso corriente el complejo vehículo espacial donde mejor se
manifiesta y distribuye hasta el último rincón social la opresión capitalista,
sistema forjado en relaciones verticales de supeditación u obediencia no
visibles a primera vista.
El orden establecido ha adoptado una posición neutral bajo el epígrafe
moderación, un lugar cómodo y equidistante de radicalismos o extremismos
nocivos. En el mismo cajón de sastre caben radicales y extremistas, opiniones
críticas puntuales, terroristas y posturas encontradas con los privilegios del statu
quo. En épocas de crisis aguda la situación es más intensa, todo cabe en el
mismo baúl de la disidencia política, social o ideológica. El catecismo
de la moderación a ultranza persigue estigmatizar cualquier rebelión o grito
colectivo que desmitifique o ponga en solfa la visión oficial de la sociedad
que habitamos.
Sin embargo, no son sinónimos radicalismo y extremismo. Extremista es aquél
que pretende imponer sus criterios de cualquier manera y por cualquier medio.
Radical, por el contrario, tiene que ver más bien con un método de análisis que
busca la verdad dinámica de los conflictos yendo a la raíz del suceso o
acontecimiento estudiado, adoptando, a veces, programas de acción política
pública. Un moderado instalado en la burbuja de su visión conciliadora
que descarta la realidad profunda que subyace en las relaciones de clase, no es
más que un fundamentalista o integrista con piel de cordero, un
extremista que quiere soterrar el conflicto latente para que nada cambie en su
disfrute individual de la vida o de su grupo elitista, que todo siga igual en
el idílico mundo del que obtiene pingües beneficios de todo tipo.
Una postura radical podría ser la de aquella persona o grupo que defienden
que la injusticia capitalista es creada por el ser humano y el sistema
económico de producción y distribución de bienes y servicios, que tiene su
origen en las relaciones de clase impuestas por el régimen capitalista. Su
lucha puede conducirse por caminos muy diversos: revolucionarios o a través del
gradualismo progresista. En ninguno de los dos casos, la voluntad resulta
suficiente, a pesar de que la realidad otorgue la razón a sus conclusiones y
que las evidencias sean palmarias. La realidad, además de datos
objetivos, está compuesta de percepciones ideológicas, que condicionan los
pasos a dar en la práctica cotidiana. La pobreza tiene sustancia
propia, pero no es automático que la pugna social se eleve a conciencia
política necesariamente. Eso no sucede porque los extremistas de la moderación,
en coalición implícita con los impacientes del dogma de la verdad absoluta, mistifican
el juego de la realidad desde ópticas encontradas pero complementarias que se
refuerzan en un mutualismo invisible. Los moderados viven de la confusión
premeditada y el caos inducido, mientras los dogmáticos se reafirman en sus
ideas de partida sin capacidad de llegar a las masas de manera convincente.
Ambos viven de la violencia, aunque no de idéntico modo. La violencia de
los moderados es defensiva y consciente, no así la de los extremistas del dogma
único, que son llevados a la refriega desigual gracias a su ingenuidad
constitutiva, sirviendo de chivo expiatorio y excusa para la represión
institucional. Sin espacio político, la batalla social degenera en
impotencia democrática, un callejón sin salida gestionado por el capitalismo
con herramientas muy diversas y eficaces.
Cuando el espacio político muestra agotamiento, las costuras del sistema
revientan, lo que conlleva un taponamiento agresivo de la sociedad en su
conjunto, fundamentalmente de las clases trabajadoras. En la actualidad, vivimos
una época de claro desbordamiento de las mentiras e insuficiencias postuladas
por los extremistas de la moderación. Su movimiento táctico pasa por
encerrar en una misma saca conceptual a radicales y extremistas con el
propósito de desactivar las actitudes coherentes de los primeros hasta hacerlas
coincidir con el maximalismo ingenuo de los segundos, aparejando un otro global
e izquierdista irredento y no abierto al diálogo.
La falacia cuenta con el beneplácito silencioso de muchas izquierdas de
salón parlamentarias, nominales o académicas. El dolor causado por el
capitalismo, millones de pobres sin alternativa de futuro, inmigrantes forzados
a buscarse la vida con riesgo para su integridad y trabajadores en precario muy
cerca de la esclavitud obligan a respuestas éticas y posturas políticas
radicales que indaguen en la sustancia real que configura a las sociedades de
nuestro tiempo. La bomba y las declaraciones incendiarias contra el poderío
irresistible de los ejércitos y las policías capitalistas están condenadas al
fracaso total, si bien hay algo hay que hacer al respecto, de mayor enjundia
que lo realizado hasta ahora. Reabrir un espacio político auténtico
desde la izquierda plural precisa de ideas fuertes que emerjan de un análisis
de la realidad más sincero y radical. Hay mimbres para ello si dejamos
de lado y aislamos las posiciones de izquierda mansamente conciliadoras y de
pactos a corto plazo sin recorrido estratégico.
Las cúpulas de los partidos transformadores y de los sindicatos de clase
deberían reflexionar detenidamente y con rigor de que llevan demasiado tiempo
en las alturas para preconizar soluciones de largo alcance. Hay que ayudarlas
desde abajo a que dejen huecos libres a otros actores de la realidad social.
Tanto tiempo en la moqueta del liderazgo anquilosa la conciencia de clase a
cualquiera. Estar en contacto con la superestructura ideológica contamina las
mentes más preclaras y determina connivencias muy complicadas de erradicar.
Volver a la fábrica y la plaza pública de verdad, con argumentos y mensajes que
vayan al fondo de la enfermedad capitalista puede oxigenar a la izquierda y sus
diferentes sensibilidades, al tiempo que la experiencia acumulada cobre una
dimensión distinta, transformando el traje de funcionario o profesional político
en un acervo muy útil para el futuro inmediato. Renovar las ideas para
aminorar la lucha de clases sin atisbar un mundo nuevo sería caer otra vez en
el posibilismo de las formas elegantes y de la frustración con aroma
democrático sin sustancia real.
El fascismo cotidiano de intensidad variable se esconde en una maraña de
tics indescifrables valiéndose del binomio antagónico radical-extremismo para
imponer su doctrina hegemónica bajo lemas presuntamente moderados. La
derecha teme al radical que piensa libremente porque pone al descubierto su
falsa y vacua moderación de extremista defensor de los privilegios
capitalistas. La impotencia democrática crea a los extremistas de
izquierda, reduciendo la capacidad política general a meros formulismos vacíos
de contenido. Son opuestos que se necesitan, pero de índole y ética no
coincidentes. Los últimos se basan en la verdad radical pero su impaciencia y
voluntarismo les abrasan más allá de lo razonable. Por su parte, los
extremistas de la moderación saben muy bien lo que hacen y predican: mantener
cerradas herméticamente las fronteras del capitalismo para que la libertad se
convierta en una bella utopía, un no lugar divino de acceso
restringido, quimérico y limitado.
publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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