INTRODUCCIÓN
La izquierda norteamericana hizo en la década de los 70 propuestas muy
interesantes que relanzaron viejos temas olvidados: la lucha por los derechos
humanos, la equidad de género y el ecologismo. Ni lerdo ni perezoso el
Departamento del Estado se apropió de estos aportes constructivos y los
transformó en un instrumento político de dominación a través de un dossier, El
Trilateralismo. Una alianza estratégica del imperio para sus proyectos
de neocolonización espiritual integrada por los tres sectores más importantes
de la sociedad estadounidense: los banqueros, los industriales y los políticos.
Entre las personas más conocidas que elaboraron el dossier estaban Nelson
Rockeffeller, Cyrus Vance y Zbniegw Brezinski. El Tercer Mundo y especialmente
la izquierda de América Latina hizo eco de la propuesta ideológica y tomando
los elementos progresistas de la iniciativa los incorporó a las luchas
reivindicativas de esos años. El feminismo como movimiento social que
reivindica los derechos de la mujer es total y absolutamente válido, sin embargo
hay una especie de feminismo anglosajón -o al menos se llaman así este
tipo de personas- que emprendieron una confrontación patética, una
literal competencia contra los varones, erradicando y rechazando todo sentido
de amabilidad y caballerosidad de un hombre, entre otras cosas, porque eran "resabios
de una cultura de opresión del macho (¿?)...". Pero la
competencia del feminismo anglosajón no se ha circunscrito a lucha por la
igualdad en el trabajo, las profesiones y la política; el fuerte componente del
neoliberalismo sexual les ha llevado, como dijo un irreverente
escritor español, a "crear un artefacto ideológico, cultural, de
testículos teórico o virtuales". Fórmese, pues, estimado lector de La Cuna
del Sol, su propia opinión. Luciano Castro Barillas.
El artículo a continuación es una transcripción en español del original
en inglés, escrito por John Pilger, y publicado por la revista electrónica Global
Research el 8 de marzo del 2012.
LAS
CONTRADICCIONES DEL FEMINISMO MODERNO: EL TRIUNFO DE LA MAQUINARIA POLÍTICA SOBRE EL
FEMINISMO
Por John Pilger
En 1963, un alto
oficial del gobierno de Australia, A.R.Taysom, deliberaba a cerca de la
sabiduría de enviar a las mujeres como representantes en asuntos relacionados
con el comercio. “La mujer nombrada no debe permanecer por siempre joven y
atractiva, porque una dama solterona -y sucede muy a menudo- con el paso de los
años se transforma en algo parecido a una hacha de guerra; mientras el hombre
se torna generalmente calmado.” En el Día Internacional de la Mujer, vale la
pena considerar esas primitivas opiniones. ¿Pero qué es lo que ha pasado
con el feminismo moderno? ¿Por qué está tan falto de sus
raíces políticas y socialistas, al grado de que cualquier mujer que triunfa
dentro de un sistema político inmoral tiene que ser admirada? Ahí tenemos el
caso de Julia Gillard, la primera fémina en ocupar el cargo de primer
ministro de Australia, tan celebrada por prominentes líderes del feminismo, como
la escritora Anne Summers y Germaine Greer. Ambas no escatiman en sus aplausos
para Gillard, la “extraordinaria mujer” quien el 27 de febrero acabó con las
aspiraciones de su retador, Kevin Rudd, el ex primer ministro a quien ella
depuso en el 2010 en un auténtico golpe secreto, al más puro estilo de los
machos. El 3 de marzo, Greer escribió en el Sidney Morning Herald que
ella estaba enamorada desde hacía mucho tiempo con la “pragmática” Gillard.
Omitiendo del todo la manera de hacer política de Gillard, ella preguntó: “¿Qué
es lo que no gusta? Que ella es una mujer, esa es la razón. Una mujer en el
poder, de mediana edad y que no es casada, la pesadilla de cualquier hombre y
de cualquier mujer.”
Que Gillard sea una
pesadilla para las mujeres, hombres y niños aborígenes a quienes esta
prototípica miembro de la maquinaria política ha abusado y culpado por su
pobreza a la vez que implementa mediadas punitivas y racistas desafiando el
derecho internacional, aparentemente no tiene ninguna relevancia. Que Gillard
sea una pesadilla para los refugiados detenidos y confinados en lugares
circulados con alambre de púas -niños incluidos- y que de acuerdo con el
ombudsman de Australia son inmensos generadores de enfermedades mentales; no es
de interés. Que Gillard haya jurado mantener indefinidamente a los soldados en
Afganistán y que la gran mayoría de los que han muerto o resultado heridos haya
sucedido durante su mandato como primer ministro, no tiene mayor
relevancia. Perversamente, la distinción feminista de Gillard es el haber
removido la discriminación de género relacionado con la participación en
combate en el ejército de Australia. Gracias a ella, ahora las mujeres son
libres de matar afganos y a otros que no representan amenaza alguna para
Australia, al igual que sus camaradas agrupados en unidades de “cacería,”
actualmente acusados de masacrar a civiles. Al ponerle fin a los tabúes
culturales y de otra naturaleza que ha limitado en el pasado el papel de las
mujeres en situaciones de combate, Summers escribió: Gillard ha asegurado que
sea “Australia quien nuevamente lidere al mundo en una reforma de
tal magnitud.”
La devoción por las
guerras imperiales de este nuevo “icono feminista" es impresionante, si
acaso extraño. Refiriéndose al despacho de las tropas coloniales de Australia,
a Sudán, en 1885, con el objetivo de vengar el levantamiento popular en contra
de los británicos, ella, Gillard; describió la olvidada farsa “no solamente
como una prueba de coraje en tiempo de guerra, sino como una prueba de carácter
que ha servido para definir nuestra nación y el sentido de quiénes somos". Rodeada
de banderas, para no variar, ella deja bien en claro su posición. El punto aquí
es que la celebración de esta clase de personalidades políticas, sin tomar en
consideración el género, no tiene nada que ver con feminismo. Al contrario, es
complicidad con uno de los más malvados actos criminales de nuestra época. Fue
Margaret Thacher quien ordenó el hundimiento del Belgrano en donde
perecieron 323 jóvenes conscriptos argentinos, lo que le causó mucho regocijo.
Fue la poco callada feminista británica, MP Harriet Harman, conjuntamente con
otras feministas del partido laborista, conocidas como las “Blair babes,”
quienes apoyaron la invasión a Iraq y permanecieron alegremente al lado de uno
de los principales criminales de guerra.
En occidente, “los
cielos de cristal” permanecen como el tema de preferencia del feminismo
burgués. ¿Cuántas mujeres que logran sobresalir en política hablan en
contra de esa maquinaria, llegando a las mujeres quedadas atrás? ¿Cuántas resisten
la adicción a la vanidad, al poder y a los medios de prensa? ¿Cuántas usan
sus plataformas políticas para analizar y exponer el militarismo psicopático y
su industria de la muerte y mentiras que contaminan nuestras vidas en lo
político, cultural e informativo y que son la fuente de tanta violencia en
contra de las mujeres en países distantes y profundamente golpeados, si no en
contra de las mujeres en casa? ¿Quién habló en contra del viaje
de placer de Julia Gillard a Israel después de la masacre de 1400
personas en Gaza, mayormente mujeres y niños y de su afectado apoyo a los
asesinos? ¿En donde, en qué lugar de los espacios de cobertura
política están las voces de mujeres con sólidos principios como Medea Bejamin,
Arundhati Roy y, de los corazones bravíos de las mujeres Rawa en Afganistán?
Hillary Clinton se ganó el aplauso de famosas feministas por el apoyo que le
brindó a la invasión de Afganistán para “liberar a las mujeres del Talibán.” No
importa que esta no fuera nunca la razón, no importa las decenas de miles que
han sido asesinados o han quedado mutilados. Durante su campaña para llegar a
la Casa Blanca, en el 2008, Clinton, apoyada por feministas de la talla de Anne
Summers; dijo a los cuatro vientos que, estaba preparada para “aniquilar a Irán.”
Aquí en Australia
aplica la distracción familiar: la misma insidiosa RP corporativa dirigida
mayormente a las mujeres y a los jóvenes que dice que la identidad personal es
el límite de lo político; el mismo esquema de organización que busca el olvido
de la historia de los pueblos y de cualquier noción de clase y de nuestra
servidumbre a una elite no democrática. Sin embargo, el feminismo australiano
tiene un pasado digno de orgullo. Con las mujeres neozelandesas, las mujeres
australianas lideraron el mundo en ganar el voto, durante la matanza de la
Primera Guerra Mundial. Las mujeres australianas montaron una exitosa y única
campaña en contra del voto por la conscripción. Un poster declarado ilegal en
varios estados tenía inscrito el encabezado que decía “El Voto Sangriento” y
mostraba a una desafiante mujer depositando su voto en una urna en lugar del
“yo condene a un hombre a la muerte”.
El día de las
elecciones todos los políticos australianos, con la excepción de uno, urgieron
votar por él “sí.” Ellos perdieron. La mayoría siguieron el ejemplo de las
mujeres. Ese es el verdadero feminismo.
Copyright © John Pilger, Global Research, 2012
Publicado por Marvin Najarro
Ct., USA.
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