INTRODUCCIÓN
Hay un viejo refrán entre los pueblos y aldeas
guatemaltecas cercanas a la frontera con El Salvador, resultado del intercambio
por siglos entre vecinos, donde unos (los salvadoreños) se han aprovechado de
otros (los guatemaltecos). Han faltado de diferentes maneras al sentido de una
verdadera amistad; les han robado, engañado o sorprendido. Los guatemaltecos
han visto a los salvadoreños como hermanos y la tierra guatemalteca ha estado
para ellos siempre abierta y generosa, sin embargo, esa generosidad
guatemalteca se ha tomado por tontera. Es la idiosincrasia de mucho salvadoreño
(no todos) que ha llegado a Jutiapa y que una y otra vez actúan de manera
indebida con quienes nunca los ha visto como extranjeros y que tampoco han
rivalizado con ellos. Al parecer son ellos los que han rivalizado con los
guatemaltecos. La defraudación de los salvadoreños no es nada nuevo en ese
intercambio y movilidad humana fronteriza. Por ello, viene a cuenta el viejo
refrán, acuñado en tiempos profundos y que le queda como anillo al dedo a
Mauricio Funes: “Los salvadoreños son
como los patos, o se cagan al entrar o se cagan al salir”. Valentín Zamora.
Por Gustavo Berganza
Evidentemente, en El Salvador es más fácil ser
periodista, criticar hasta la médula a los militares y a la derecha,
exponiéndose con ello a sufrir atentados, ser despedido de TV Azteca por
presiones de ARENA y ganar el premio “María Moors Cabot” por ejercer esa
profesión con heroísmo y compromiso, que ser presidente y mostrar una pizca de
dignidad ante las presiones de los Estados Unidos.
¡Qué vergonzosa metamorfosis la de Mauricio
Funes! Un icono mediático, modelo de independencia, quien ya sentado en la
poltrona presidencial renegó de su pasado para entregarse paulatinamente a los
militares. Más adelante, se alió con las personas oscuras de la derecha
salvadoreña, a quienes les dio puerta abierta a su gobierno y, dicen, hace
negocios. Y luego, ese tránsito hacia la extrema derecha culminó en junio del
año pasado en una maniobra que logró emascular a la Sala Constitucional.
No solo traidor a su imagen, a sus promesas,
sino también corrupto.
¡Qué servilismo el de Mauricio Funes! Un
personaje admirado por su independencia de criterio y su entereza para defender
sus ideas que en el ocaso de su mandato como presidente se convierte en el
celoso mastín que ataca a todo aquel que pretenda cuestionar la fracasada
política antidrogas de los Estados Unidos.
Ya lo oyeron ustedes en sus propias palabras:
él fue quien azuzó al tontón de Lobo y al pavaorreal de Ortega para boicotear
el llamado de Otto Pérez a deliberar sobre nuevas formas de abordar el tema del
narcotráfico y del combate a los carteles.
¿Qué pretender ganar Funes? ¿Qué la DEA lo nombre agente
honorario? ¿Qué le de una medalla por sus servicios distinguidos en la defensa
de una guerra estadounidense en la que, como en la segunda mitad del siglo XX,
volvemos a ser los latinoamericanos quienes ponemos los muertos?
No entiende uno a este mandatario, que sí se
anima a explorar el camino de la negociación con las maras -aunque lo niegue- para reducir los niveles de violencia en su
país, pero teme explorar otros horizontes para reducir el poder de los
carteles.
Funes, al que su victoriosa campaña electoral
promocionó como “el candidato del
cambio”, en efecto, ha producido un cambio. Pero no uno que transforme a la
sociedad salvadoreña ni dé esperanza al istmo de renovación y de optimismo… el
cambio no se produjo afuera, sino adentro, en el seno del propio Funes. Un
cambió que lo alejó no solamente de la esperanzada clase media salvadoreña que
lo llevó al poder, sino ahora de quienes alguna vez le tuvimos respeto como
periodista. Descanse en paz la dignidad de Carlos Mauricio Funes Cartagena.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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