Es
el nombre de una aldea de San Marcos. No se quién tendría la semejante
ocurrencia de designar con ese nombre
-un adjetivo comparativo de desprecio-
a una comunidad agrícola de campesinos humildes y trabajadores. Sería
más justo designar con ese nombre a la Actualización
Fiscal de Otto Pérez Molina, habida cuenta que el
mejoramiento de la economía guatemalteca tiene que pasar necesariamente por la
reforma fiscal. Palabra ésta, pestilente, para los sectores conservadores de
nuestro país que proviniendo de los Acuerdos de Paz, nunca fue de su agrado.
Huele a Satanás, pues es resultado de un acuerdo político entre guerrilleros y
el gobierno. En fin, mal que bien, se ha dado un mínimo avance, cuyos
resultados están por verse, pues la renuencia a pagar un poco más por los
sectores que nunca pagan, cogen desde siempre el camino del consumidor final.
Pero es necesario caer en la cuenta de lo siguiente: Una reforma fiscal es
estratégica para garantizar la viabilidad de Guatemala como nación y al Estado
la gobernabilidad de 14 millones de cristianos. Hay un entendimiento del
problema de todos los sectores, lo que no hay es voluntad política fundada en
el discernimiento, pues las crisis cíclicas financieras se tornan año con año
insostenibles, que redunda en el endeudamiento creciente que de seguir así nos
acerca a la insolvencia total, estilo Grecia y a un descrédito total por el
incumplimiento de las responsabilidades de pago. “No hay peor cosa en este mundo -decía mi abuelo- que un tramposo”.
Entendía él que las deudas no son de dinero sino de honor. Aunque, claro, ese
sentido de honorabilidad no es lo que motiva las acciones de los banqueros
internacionales, aunque mi abuelo murió creyendo que personas decentes eran
todas aquellas que usaban traje y corbata. No conoció la condición de los ladrones
de cuello blanco.
Las
estadísticas son contundentes con el problema financiero guatemalteco. La
crisis financiera internacional del 2009 incidió regresivamente en la
recaudación fiscal y caímos del histórico 12.1% del Producto Interno Bruto del
2007, al 10.3% en el 2009, es decir, que a cambio de ir para adelante, vamos
para atrás, pese a que leyes como la Antievasión
II y la eliminación del secreto bancario (que sigue siendo
todo un misterio digno de los especialistas en criptología y de los que creen
que el mercado es filosofía platónica de leyes ocultas y uránicas) se suponía
mejorarían la recaudación. Por supuesto el PIB es un referente lleno de
imprecisiones, pero aceptado internacionalmente como categoría
económica-temporal que mide el valor en dinero de bienes y servicios de un país
en 12 meses. Algunas cosas sed han
hecho, mal que bien, para corregir la crisis financiera del Estado, por
ejemplo: la Actualización Fiscal (sin utilizar la palabra reforma, que es del
total desagrado de los caciferos), tímidas reformas al Impuesto sobre la Renta,
con presión a las capas medias acomodadas que buscan imitar el estilo de vida
burgués y que deben pagar por sus gustitos) y algunas leyes de carácter
político (las leyes penales internacionales) que le dan fortaleza al Estado y
sus acciones, lo cual incide positivamente en el comportamiento de la economía.
No olvidemos el siempre vigente descubrimiento marxista: La política es la expresión
concentrada de la economía. La
reforma fiscal es el método sencillo para lograr el mínimo de gobernabilidad en
esta ingobernabilidad rampante, empezar a combatir la pobreza, promover el
crecimiento económico y atender los múltiples desafíos del cambio climático y
entrar -ojalá- a considerar modificar el rumbo del modelo económico causante
del atraso y la miseria nacional. Guatemala sigue siendo un paraíso fiscal,
donde pagar contribuciones reales al Estado es una ofensa para los sectores
poseedores. Si no, veamos unas sencillas comparaciones, para entender mejor las
razones de la desgracia en que nos encontramos: Belice tiene una carga
tributaria del 27.5%, Costa Rica un 23.5%, El Salvador un 15.1%, Nicaragua un
31.1%, Honduras un 24.5%, mientras que Guatemala llega apenas al 10.8%. Esa es
la razón porque esta nación sea el país de los grandes contrastes: personas que
por millares se mueren de hambre y primer lugar en América Latina en la
importación de autos de lujo.
Para
la Actualización
Fiscal de Otto Pérez Molina sigue siendo insuficiente. Se
hace necesario gravar con impuestos adicionales a empresas de alta rentabilidad
y limitada contribución como la telefonía móvil, por ejemplo, cuyos usuarios
con consumo permanente suman varios millones. También en esas modificaciones
deben incluirse la industria minera de alta perniciosidad natural y social que,
indudablemente no puede pagar el 5% “voluntariamente” ofrecido al gobierno (con
la condición de que si el precio internacional del oro baja, la regalía
volvería a ser del 1%, asunto poco probable porque hoy todas las divisas convertibles
del mundo son inestables y están acometidas por la debilidad productiva, tal el
caso del dólar, euro o yuan; hay una
tendencia mundial de ahorro en el dorado metal). Pero hay un asunto interno
sobre el cual no se ve se asuma ninguna medida: los altos sueldos de los
funcionarios públicos de entidades centralizadas, descentralizadas y autónomas.
El ingreso de las grandes mayorías de guatemaltecos con pleno empleo ronda los
2,000 quetzales mensuales, en tanto los funcionarios medios y altos cobran
salarios escandalosos -si se compara con
los 2,000 mencionados- como un
repartidor de café y galletas en el Congreso que tiene un salario de veinte mil
quetzales. O el caso del Procurador de Derechos Humanos que gana 105 mil
quetzales, la
Registradora de la Propiedad de Inmuebles que afirmó, fuera de toda
realidad, que “no eran gran sueldo el suyo, sólo 67,000 quetzales mensuales”. Y así, una larga lista de personas que tienen
sueldos que hacen crujir el presupuesto nacional y la moral. Urge
también una verdadera ley contra el enriquecimiento ilícito -no la descafeinada que se ha propuesto-,
eficiencia y transparencia en el gasto, gestión de resultados por los grandes
problemas de ejecución presupuestaria. Por supuesto, es ocioso afirmar que
todas estas medidas deben pasar por la consulta social de todos los sectores, a
ver si CACIF no termina haciendo, pues, lo que les de le gana. Los sectores
populares habitualmente son escuchados, aunque sus propuestas nunca tomadas en
cuenta. Así ha funcionado la democracia de pacotilla guatemalteca y las
perspectivas que sea diferente no son tan halagüeñas. La verdad que para
modificar el modelo económico guatemalteco no se necesitan geniecillos teóricos
de la economía, sino voluntades políticas de diferentes filiaciones
ideológicas, porque de lo contrario se meten zancadilla mutuamente. Las
correlaciones de fuerzas políticas no son seguras ni estables. Por el momento
le favorecen al partido oficial, pero conforme se vaya hundiendo en sus
contradicciones, el desgaste político irá haciendo menos viable sus políticas
generales de Estado y la posibilidad de arribar a acuerdos o consensos mínimos.
Este país de desconfianzas y suspicacias, lo prioritario es y serán los procesos de reconstrucción de las
confianzas mutuas entre todas las fuerzas políticas. En fin, si el pacto
fiscal sigue rengo -como actualmente
está en su irrelevancia e impulsado con mucha bulla- la Actualización
Fiscal es un hecho político y una acción administrativa
irrelevante e intrascendente, que no ataca el fondo del problema (que son los
oligarcas que no pagan) y se constituye en una simple medida administradora de la crisis, no la solución de un
viejo problema.
Guatemaltequismos
ü TRAMPOSO: Persona que no paga sus
deuda, no porque no puede, si porque no quiere.
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